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Las coaliciones uruguayas

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hebert gatto
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Días pasados, Cabildo Abierto aprobó junto al Frente Amplio el proyecto que prohíbe forestar en tierras no prioritarias para ese fin. Este sorprendente connubio que contó con la negativa de los restantes partidos de gobierno profundiza un proceso donde C.A. venía adelantando críticas al Ejecutivo 

por su presunta falta de resolución ante temas candentes: debilidad frente a la ideología de género, indecisión para limitar la usura, vacilación en casos de prisión domiciliaria, reglamentación legal de los sindicatos.

Fuera de las bondades o defectos de este proyecto de aire estatista, que como sabemos será vetado por el Poder Ejecutivo, esta actitud de C.A. actualiza interrogantes hacia aspectos de la actual institucionalidad nacional, particularmente la naturaleza de los agrupamientos partidarios que la protagonizan.

Como es sabido, las coaliciones pueden tener arquitecturas sólidas, como es el caso del Frente Amplio (pese a que no fue igual en el pasado), o mostrarse como acuerdos parlamentarios de muy limitada dimensión. En ese sentido, la coalición gobernante que la Academia definiría como extremadamente débil, carece de estructura, salvo la reunión periódica de sus miembros y, lo que es más grave, resulta limitada a aquellos temas previamente acordados para constituirla. Con expresa mención a que el resto de los futuros emergentes políticos, quedan por fuera de sus competencias, con un único límite: los posibles riesgos electorales de quienes se descuelguen de ella. En este clima no sorprende que Cabildo Abierto, que emergió en las últimas elecciones como una fuerza novedosa, capaz de superar el 10% de los sufragios, procure exhibir un perfil propio. Un resultado que procura desde recién instalado el gobierno. Le ayuda la falta de restricciones formales en la alianza que integra, lo limita que sus votantes, aún con sus particularidades, siguen apostando firmemente a la figura del Presidente y su gobierno.

En este contexto Cabildo puede definirse como un partido de derecha nacionalista, apegado a un cierto ruralismo tradicionalista que no se siente enteramente cómodo en una coalición en la que predomina el centro liberal -tal la impronta de su mayoría nacionalista y de su actual conductor- y que además, para acentuar dificultades, alberga sectores de centro izquierda como Ciudadanos y el Partido Independiente.

Estas diferencias, que obedecen a convicciones profundas -separan al liberalismo del conservadurismo-, plantean obstáculos a todos sus integrantes, solo que en Cabildo aparecen más nítidos. Si bien, como ya adelantamos, las limitan las aún mayores distancias de todos sus coaligados con la oposición de izquierda. En cuanto a la coalición frentista, su consistencia institucional, que incluso le permite mantener dos corrientes principales, una de carácter partidario y otro de adherentes presuntamente directos, se alimenta de una paradoja.

Su pérdida imparable de contenido ideológico la lleva a compartir un difuso izquierdismo doctrinal, emparentado con el populismo o, en sus mejores versiones, con una reprimida vocación social demócrata. Con el agregado que, pese a su debilidad, la coalición de gobierno no parece hallarse en real peligro de ruptura pese a quienes apuestan a su derrumbe.

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