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Bolivia, la eterna postergada

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HEBER GATTO
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Días pasados el ex presidente boliviano Carlos Mesa visitó Uruguay anunciando que en octubre próximo competirá por la presidencia de Bolivia.

Lo hará, sostiene, pese a que ese acto, en el que intervendrá el actual presidente Evo Morales resulta por ello ilegítimo. Según la actual Constitución, promovida en su momento por el propio Morales, la reelección por más de dos períodos consecutivos está prohibida y el intento de modificar su texto habilitando un tercer mandato sin interrupciones, fue rechazada por el pueblo en el referéndum del 2016. Ello no importó a Morales, que valiéndose de Tribunales afectos ignoró el veredicto y fue habilitado a un tercer periodo. No obstante, pese a tal ilegitimidad Mesa igualmente competirá al considerar que su abstención favorecería al actual presidente.

Es difícil saber si Mesa, que en el 2005 renunció a la primera magistratura, aparentemente imposibilitado de enfrentar la aguda problemática social de su país, está calificado para sustituir al actual presidente. Un desafío nada sencillo en un país que nunca logró, pese a sus frecuentes revoluciones y contrarrevoluciones, superar sus contradicciones ancestrales. Especialmente la que divide a su población de origen blanco europeo con la mayoría indígena autóctona.

En ese sentido Evo Morales, el primer indio que conquistó la presidencia en el continente, impulsado por una excepcional coyuntura económica, tuvo durante sus primeros años de gobierno importantes logros. La pobreza disminuyó del 36.7 al 16.8% entre 2005 y 2015, el índice Gini, que mide la desigualdad social, disminuyó del 0,60 al 0.47, tanto que entre 2005 y 2013 su PBI se duplicó. Todo ello mediante políticas impulsadas a través de una retórica nacionalista de tintes racistas-indigenistas, que sucedieron al clásico y ya perimido discurso antiimperialista de la izquierda tradicional. Nada muy distinto, excepto en el tono tribal, al neo populismo inaugurado por Chávez en Venezuela, que hasta mediados de la segunda década del siglo se extendió por Sudamérica con cierto suceso inicial. Pero que tuvo en Bolivia, acosada por su particular problema étnico, una más sostenida acogida.

Como se sabe, nada dura para siempre, menos en la historia humana. Del 2014 en adelante los vientos cambiaron y el auge económico se tornó recesión. Con la crisis, como fichas de dominó, se derrumbaron uno a uno los líderes populistas latinoamericanos. Y los que no lo hicieron exhibieron su rostro más feroz, como ocurrió en Nicaragua y Venezuela. Debilitado el populismo demostró su verdadera naturaleza: una práctica de gobierno con elencos electos pero autoritarios, corruptos e irrespetuosos con las instituciones, incapaz de generar un sentimiento nacional compartido. Evo Morales a quien el semanario The Guardian llegó a calificar como el tercer líder populista más exitosos de los últimos veinte años comenzó a desgastarse. Pretendió, como dijimos, transformarse en gobernante eterno y su intento fue rechazado. Simultáneamente Bolivia enlenteció su crecimiento y perdió en poco tiempo la mitad de sus reservas. El ambientalismo de Morales decayó y eso, que lo distinguía, lo enfrenta con sus representantes, mientras la convivencia, en un sistema político débil, se complejiza. Las elecciones de octubre dirán la última palabra.

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