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Las novias de la muerte

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Gina Montaner
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Todavía reverbera el eco de los discursos que los estudiantes de la escuela secundaria de Parkland, en Florida, pronunciaron en el acto multitudinario del pasado 24 de marzo celebrado en Washington DC.

Su propósito era exigir un mayor control de tenencia de armas a raíz de la matanza en su colegio que dejó 17 muertos y múltiples heridos. Paradójicamente, a la vez que estos chicos y chicas luchan por superar el trauma, el autor del tiroteo, Nikolas Cruz, ha comenzado a recibir una lluvia de mensajes y cartas que pone de manifiesto la súbita e inquietante popularidad del asesino confeso.

No es la primera vez que un preso peligroso se convierte en un personaje con seguidores y groupies que de la noche a la mañana se sienten atraídos por sus crueles actos. Lo más preocupante es que se trata de un patrón de comportamiento mucho más frecuente entre mujeres y jovencitas que entre hombres: el número de admiradoras que tienen los hombres encarcelados en prisiones de máxima seguridad supera por mucho a los pretendientes que rondan a la población carcelaria femenina.

Resulta ser que Nikolas Cruz, cuyo perfil psicológico es el de un joven con un profundo desorden mental, ahora cuenta con club de fans y en la prisión donde seguramente pasará el resto de su vida (si no es condenado a muerte) se amontonan misivas con dibujos de corazones y expresiones de apoyo. En una suerte de síndrome de Estocolmo, al parecer hay mujeres (y un puñado de hombres) que lo perciben como un muchacho desamparado y víctima de un acoso sistemático que lo empujó a la violencia. Son chicas de todas partes del país dispuestas a establecer una relación sentimental con Cruz e incluso contraer matrimonio con él.

Esta tendencia que afecta principalmente a las mujeres no es nada nuevo. Hay casos sonados como el de la actriz Sue Lyon, quien a los 16 años saltó a la fama protagonizando Lolita, la película de Stanley Kubrick inspirada en la novela homónima de Nabokov. Unos años después Lyon comenzó a cartearse con Gary "Cotton" Adamson, preso por robo a mano armada y asesinato, y llegó a tener un breve matrimonio con el reo. El psicópata Charles Manson contó con innumerables admiradoras a lo largo de su cautiverio y estuvo a punto de casarse con una de ellas. Los hermanos Eric y Lyle Menéndez, condenados a cadena perpetua por asesinar a sus padres, están ambos casados con mujeres que no podrán consumar sendos matrimonios pero que les han prometido amor eterno. Y así una larga lista de presos por crímenes monstruosos a los que no les han faltado mujeres dispuestas a esperar por ellos a pesar de tratarse de asesinos en serie, abusadores o torturadores.

En el libro Women who love men who kill (Mujeres que aman a asesinos) su autora, Sheila Isenberg, explora las causas que llevan a estas mujeres a vincularse sentimentalmente con hombres que representan una amenaza para la sociedad. Mediante entrevistas con ellas y valoraciones de psiquiatras y psicólogos, Isenberg encuentra elementos comunes: muchas han sufrido algún tipo de abuso en el ámbito familiar y personal; suelen refugiarse en un mundo fantasioso en el que creen que pueden transformar a estos monstruos en novios "ideales" y neutralizados por el encierro. Mujeres convencidas de que llevan las riendas de una relación, fundamentada en la nada por la ausencia del contacto carnal y deslumbradas por la seducción que sobre ellas ejercen individuos con pulsiones oscuras.

Esta fascinación está clasificada clínicamente como hibristofilia: un tipo de atracción que consiste en el deseo sexual por personas peligrosas. Dicha parafilia, acuñada por primera vez en los años cincuenta, las lleva a admirar y unirse afectivamente a violentos criminales. John Money, el psicólogo y sexólogo que dio con este término, en su día señaló que afectaba primordialmente al género femenino. Cuando vemos que alguien tan enfermo como el asesino de Parkland es objeto de encendidas declaraciones de amor, es inevitable preguntarse qué dice esto del estado mental de las hibristófilas dispuestas a entregarse a tipos manipuladores, retorcidos y carentes de empatía.

Difícilmente los asesinos despiadados pueden reinsertarse y dejar atrás sus irreprimibles deseos de causar daño, pero bien merece la pena llegar hasta el fondo de los sentimientos de las mujeres que los encumbran, los protegen como niños desvalidos y ven en su maldad un llamado a la sumisión.

Es la vuelta de tuerca maligna del cuento del príncipe azul que marca a las mujeres desde niñas. En este caso, el príncipe de las tinieblas al que hay que rescatar. Estas novias de la muerte confunden la atracción fatal con una fantasía romántica. Para ellas no puede haber un final feliz.

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