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Migrantes: la historia se repite

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GINA MONTANER
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Sucede intermitentemente. En realidad nunca cesa. Simplemente somos testigos de oleadas que son más o menos trágicas. La historia de migrantes que deambulan por el mundo se repite una y otra vez. 

Unos logran narrar un relato con final feliz y otros, en cambio, se quedan a medio camino o no consiguen vivir para contarlo.

Nuevamente inmigrantes procedentes de distintas partes se concentran entre Colombia y Panamá, muchos a la espera de atravesar la peligrosa selva del Darién con el anhelo de continuar hasta alcanzar la frontera de México con Estados Unidos.

Hace cinco años se produjo un hervidero de migrantes que sortearon los obstáculos por Centroamérica y lograron ingresar a Estados Unidos. En aquella época no fueron pocos los cubanos que consiguieron arribar a Miami después de un largo y azaroso periplo que solía comenzar en Ecuador. Siguiendo aquella estela, hoy otros compatriotas buscan igual suerte.

Las imágenes de la playa reconvertida en un improvisado albergue con tiendas de campaña dan la vuelta al mundo. El grupo se aproxima al millar y reúne a cubanos, haitianos y africanos principalmente. Todo un muestrario de la multinacional del tráfico de personas que opera globalmente. Los migrantes llegan en vuelos a Ecuador o a Brasil y, previo pago, los traficantes los mueven de un lado a otro. En el camino se producen extorsiones, robos, violaciones, ataques. En suma, abandonarse al desamparo con tal de materializar el sueño americano.

Hace unos años, cuando la crisis de los migrantes bullía en Tapachula, México, donde llegaban a diario por cientos antes de continuar rumbo a la frontera norte, pude entrevistarlos en moteles de mala muerte donde aguardaban un salvoconducto temporal para avanzar por el país. Numerosos grupos de cubanos acudían a las oficinas de Western Union para recibir el dinero que sus familiares en Estados Unidos les hacían llegar. En el hostal migrantes africanos y hasta de la India, mucho más aislados por la barrera del idioma, pasaban los días y las noches en el tránsito de una vida que habían dejado atrás para comenzar otra menos desoladora.

Los rostros son distintos. Las circunstancias son otras. Los mandatarios entran y salen por la puerta giratoria de gobiernos cambiantes, pero la historia de los migrantes es la misma: sinsabores, abusos, desesperación, espanto. Días que se convierten en semanas y luego en meses. Salir de la tierra, por yerma que fuera, para convertirse en apátridas. Una tribu errante.

Nos volvemos a sobrecoger al ver en las noticias esa desencajada torre de Babel en el paisaje de una playa paradisíaca. Se habla español y creole. Los africanos piden ayuda en francés. Todos quisieran proseguir pero los barcos que van de un borde a otro del golfo de Urabá están reservados a lugareños y turistas. En tiempos de pandemia un migrante tiene aún menos derechos. Es el último de la fila antes de que le cierren la puerta en la cara.

Converso con un joven que logró llegar a Estados Unidos en los últimos años. Ahora, al ver las imágenes de estos migrantes varados y en condiciones extremas, piensa que la decisión de echarse el mundo por montera a cualquier precio es desatinada. El sueño americano también es no volver la vista atrás de lo que un día fuimos.

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