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Miedo en Bielorrusia

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GINA MONTANER
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Las Olimpiadas celebradas en Tokio fueron una oportunidad para admirar las proezas de los atletas más sobresalientes del planeta. Pero también lo fueron para, una vez más, comprobar cuán largos son los tentáculos de regímenes despóticos como el de Bielorrusia.

A principios de la semana pasada la atleta bielorrusa Krystsina Tsimanovskaya estuvo a punto de ser secuestrada por el gobierno de Alexander Lukashenko. Sus críticas al comité olímpico de su país fueron el resorte para que la policía política se activara. Antes de que la embarcaran a la fuerza en un avión que la habría llevado a Minsk, en el aeropuerto internacional de Tokio la velocista pidió protección a la policía y consiguió que la embajada de Polonia la amparara, concediéndole una visa humanitaria. Su esperanza es que allí pueda refugiarse de las represalias de un gobierno que persigue sin descanso a los opositores.

Pero Lukashenko, que lleva en el poder 27 años, no se conforma con acosar a los disidentes. Además, es capaz de eliminarlos sin miramientos. Pocos días después de la huida de la deportista olímpica apareció ahorcado en un parque de la capital de Ucrania, Kiev, Vitaly Shishov, un conocido opositor que por medio de una ONG ayudaba a bielorrusos a pedir asilo en la vecina Ucrania. Shishov, quien había huido en 2020 a raíz de las protestas por unos comicios bajo sospecha que nuevamente le dieron la victoria a Lukashenko, había salido a correr y nunca más volvió a su domicilio. Ahora hay una investigación en curso, ya que se sospecha que los servicios secretos lo asesinaron.

Hasta ahora países como Ucrania, Lituania y Polonia han sido santuarios para la disidencia bielorrusa que logra burlar el cerco del gobierno. Sin embargo, los últimos sucesos indican que la diáspora es vulnerable pues la inteligencia bielorrusa, al igual que la de su aliado Vladimir Putin en Rusia, actúa con impunidad dentro y fuera del territorio nacional. Sin ir más lejos, en mayo consiguió desviar un avión comercial que volaba de Atenas a Lituania con un conocido opositor a bordo, Roman Protosevich. Urdiendo una supuesta emergencia, la aeronave aterrizó en Minsk, donde el periodista independiente, que vivía en el exilio, fue escoltado por autoridades bielorrusas y encarcelado. Poco después apareció en un video en el que entonaba un mea culpa con signos visibles en el rostro de los golpes que le propinaron durante su cautiverio. Ahora Protosevich está bajo arresto domiciliario. Es evidente que lo quebraron durante los interrogatorios y en estos momentos es un rehén del Estado.

La Unión Europea, Estados Unidos y otras democracias en Occidente han impuesto sanciones al gobierno de Lukashenko y han elevado denuncias contra sus desmanes, pero hasta ahora nada ha dado resultados. El gobernante bielorruso sigue el patrón de los tiranos al uso: su único fin es mantenerse en el poder y perpetuar la corrupción que lo rodea. Cualquier movimiento de la oposición tiene como respuesta la represión y hasta asesinatos encubiertos. En su caso particular, cuenta con la colaboración de otro hombre fuerte, Putin, quien desde el Kremlin también manda a deshacerse de los opositores que le pueden hacer sombra como Alexei Navalny, hoy internado en un campo de trabajos forzados y sometido a condiciones deplorables.

Está claro que los Gulags proliferan en el mundo sin que verdaderamente se pueda hacer mucho contra estos atropellos. Krystsina Tsimanovskaya tuvo la fortuna de que pudo escapar en el último momento, antes de correr la misma suerte que Protosevich o, peor aún, la de Shishov, muerto en extrañas circunstancias. Recién instalada en Varsovia, la deportista ha dicho en una rueda de prensa, “En Bielorrusia todos tienen miedo”, añadiendo que sólo volverá a su país cuando su seguridad esté “garantizada”. Desafortunadamente, hoy por hoy nadie está a salvo de las garras de Lukashenko.

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