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Lancôme y los paraguas amarillos

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En muchas ocasiones la afición a un particular producto de belleza se pasa de una generación a otra. Desde joven mi madre ha usado las cremas de la marca francesa Lancôme y yo he seguido su ejemplo, confiando en los resultados de una línea cosmética que viene avalada por la empresa matriz L’Oréal.

En muchas ocasiones la afición a un particular producto de belleza se pasa de una generación a otra. Desde joven mi madre ha usado las cremas de la marca francesa Lancôme y yo he seguido su ejemplo, confiando en los resultados de una línea cosmética que viene avalada por la empresa matriz L’Oréal.

Sin embargo ya no será igual cuando pase frente a su mostrador y una persuasiva vendedora intente convencerme de que tiene la solución definitiva contra las patas de gallo. La imagen amable de Lancôme se ha arrugado al pasar a ser la más reciente empresa de las muchas que han acabado por plegarse a las presiones del gobierno chino, con tal de no poner en peligro sus ventas en un inmenso mercado.

Resulta ser que el prestigioso brand cosmético iba a auspiciar en Hong Kong un concierto en el que actuaría Denise Ho, una cantante pop que ha defendido la democracia por medio del movimiento de los paraguas amarillos y se ha reunido con el Dalái Lama, verdadero anticristo para el régimen comunista de Beijing y su política represiva en el Tíbet.

En cuanto el gobierno chino tuvo noticias del inminente evento, puso en marcha una campaña en el Global Times, un periódico oficialista que publica en inglés, amenazando con boicotear las tiendas de Lancôme en el territorio continental. Ya se sabe que no hay nada más cobarde que un millón de dólares y la compañía francesa, cuyo segundo mercado en ventas es el chino después de Estados Unidos, inesperadamente canceló el concierto gratuito del 19 de junio, alegando que lo hacía “por motivos de seguridad”.

Tanto Denise Ho, figura popular y símbolo del movimiento prodemocracia, como los jóvenes que en 2014 tomaron las calles de Hong Kong con sus paraguas amarillos en defensa de su derecho al voto, han vuelto a manifestarse, esta vez frente a las casas de Lancôme en esta próspera excolonia británica que se niega a ser vasalla del comunismo chino.

Ho se ha lamentado de la decisión al considerar que se trata de un síntoma “serio” cuando una marca de renombre internacional “tiene que arrodillarse frente al matón hegemónico”. En efecto. Es penoso pero no es un hecho aislado. En un artículo del New York Times que se hace eco de esta polémica, se menciona que Linkedln censura en China “contenido delicado”; y la Asociación Americana De Abogados no llegó a publicar un libro del abogado pro derechos humanos Teng Biao por temor a que clausuraran sus oficinas en Beijing. Además, es conocido que un buen número de sitios webs internacionales son censurados por el gobierno de Xi Jinping.

Las compañías que florecen gracias a la libertad de mercado están más que dispuestas a autocensurarse en naciones como China, Vietnam o Cuba -experimentos más o menos exitosos del “capitalismo” controlado por el estado- con tal de no jugarse los millones que pueden ganar en sociedades donde los derechos laborales y las libertades individuales brillan por su ausencia.

Lancôme, con estrellas de cine y top models vende glamour, pero en esta ocasión no ha mostrado clase alguna al dejarse llevar por el poison de una dictadura que aún no ha podido borrar la sangre de los caídos en la Plaza de Tiananmen.

La espantada de Lancôme en Hong Kong es un triste reclamo publicitario para una marca que nació en el país de la Igualdad, Fraternidad y Libertad. 

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Gina Montaner

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