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El lado oscuro del cerebro

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GINA MONTANER
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Debo pensar que las coincidencias son puro albur.

Acababa de ver los ocho episodios de The serpent, una serie de Netflix que recoge la azarosa vida de Charles Sobhraj, un asesino en serie con al menos doce muertos en su haber que a sus casi ochenta años cumple condena en una cárcel nepalí.

Me había impresionado la sangre fría y capacidad de supervivencia de este criminal que viajó por medio mundo, primero engatusando, luego robándoles sus pasaportes y dinero, y en muchas ocasiones acabando por asesinar a jóvenes hippies que en los años setenta recorrían Asia en busca de paraísos psicodélicos. Sobhraj, de origen indio y vietnamita pero trasplantado a Francia siendo un niño, donde nunca se integró y comenzó una dilatada trayectoria delictiva, seducía con sus fabricaciones y un indudable magnetismo, sobre todo dirigido a las mujeres que de él se enamoraron. Junto a la canadiense Marie Andree Leclerc formó una pareja al estilo de Bonnie and Clyde, dejando una estela de muertes que acabó gracias a las obsesivas indagaciones de un diplomático holandés destacado en Bangkok, donde Sobhraj, bajo distintas identidades, atrapó a gran parte de sus víctimas.

Con motivo del estreno de esta serie que vuelve a arrojar luz sobre tan temible individuo, Andrew Anthony, un columnista de The Guardian que llegó a entrevistarlo en dos ocasiones (una de ellas en 2013 en su celda en Katmandú) resaltó nuevamente la principal característica de quien llegó a ser conocido como la Serpiente por sus constantes evasiones. Sobhraj posee los rasgos que definen a un psicópata de manual: es manipulador, narcisista, sin un ápice de empatía pero capaz de emular emociones como el resto de los mortales que sí tienen sentimientos genuinos con sus congéneres. Como un alienígena que adopta la apariencia de los humanos, este asesino y delincuente que trajo de cabeza a la INTERPOL podía fingir afecto cuando en realidad era un depredador a la espera de sus presas, incluyendo a las mujeres que dominaba por medio del chantaje emocional para desarmarlas hasta convertirlas en rehenes mental y físicamente.

Pocos días después de ver el último episodio de la serie, producida impecablemente por la BBC, escuché en NPR un programa en el que se habló del caso del neurocientífico estadounidense James Fallon, quien en 2005, cuando estudiaba escáneres de cerebros en busca de rasgos psicopáticos, descubrió que las imágenes de su propio cerebro, comparadas con las de asesinos en serie como parte del estudio, compartían inquietantes aspectos: poca actividad en los senos temporales y frontales, los cuales están relacionados a la presencia de empatía, moralidad y autocontrol.

Lejos de ocultar un hecho fisiológico que lo hermanaba con sujetos que constituyen un peligro para la sociedad, Fallon le comunicó a su familia los resultados, algo que no sorprendió a su esposa y personas más allegadas. Reconocían en él la manipulación, el narcisismo y la escasa empatía. Sin tener en su haber muertos o actos de máxima crueldad, encajaba en la categoría de los llamados psicópatas sociales, que son los que abundan y de quienes, en la mayoría de los casos, lo más recomendables es huir de ellos.

Lo que diferencia a Fallon de los individuos con particularidades psicopáticas que suelen permear de toxicidad las vidas de otros, es que, tal vez por su formación científica, con disciplina domesticó sus bajos impulsos, no, tal y como ha reconocido, por un súbito sentimiento empático del que carece, sino para complacer a personas cercanas, como su propia esposa, que agradecen un comportamiento que lo asemeja a quienes la generosidad les nace de manera natural. De su experiencia escribió un libro, The psycopath inside, una exploración del lado oscuro del cerebro que sirve de guía tanto para los psicópatas sin garras como para quienes eligen convivir con ellos.

En el caso de Charles Sobhraj, que llegaba a matar sin que le temblara un solo músculo, la psicopatía lo emparienta con la fauna salvaje de los Charles Manson de este mundo. Criaturas siniestras que esperan agazapadas a sus víctimas. No es casualidad que en su celda haya conservado un ejemplar de Más allá del bien y el mal, del filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Hay grados de maldad entre los psicópatas con los que tarde o temprano nos tropezamos

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