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El Gulag de la política

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GINA MONTANER
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Si hay algo que se aleja del concepto de pluralismo es la estructura de los partidos políticos, que se fundamenta en lo que se conoce como “disciplina de partido”.

Cuando un miembro se aparta de los lineamientos, suele acabar defenestrado de sus funciones y hasta expulsado de sus filas, indistintamente de que haya sido un fiel militante. Como Saturno, la política es una verdadera trituradora que devora a sus propios hijos.

Así debe sentirse la veterana congresista republicana por Wyoming Liz Cheney, quien ha sido protagonista de un escarnio público por parte de su partido, como una suerte de Hester Prynne, la heroína de La letra escarlata. Si el sufrido personaje del célebre novelista Nathaniel Hawthorne es castigado por una sociedad puritana que repudia su desliz amoroso, la hija del ex vicepresidente Dick Cheney ha sido abucheada y destituida de la cúpula de su partido por apartarse de la narrativa que la corriente trumpista ha impuesto en el seno del partido republicano: dar por buena la alegación sin fundamento de que las pasadas elecciones presidenciales fueron un fraude que le “usurpó” el triunfo al ex presidente Donald Trump.

Cheney, instalada en el ala más conservadora de su partido, fue de las pocas voces que apoyaron el impeachment de Trump por su papel en el ataque al Capitolio el pasado 6 de enero. Desde entonces se ha enfrentado a la facción que insiste en que hubo fraude electoral, a pesar de que los jueces y el propio ex secretario de Justicia William Barr determinaron que no había razón alguna que diera peso a esta falsedad. Como era de esperar, la aplastante maquinaria del status quo la ha condenado al ostracismo y el rechazo generalizado, salvo contadas excepciones como el senador Mitt Romney, otro disidente que ha sido objeto de todo tipo de descalificativos por parte del ex presidente y su entorno.

Precisamente, antes del voto de castigo Trump emitió un comunicado en el que describía a Cheney como una “líder débil” y “sin personalidad ni corazón”. Si alguna vez la legisladora fue útil a su partido, ahora es un desecho y para quienes apuestan por la continuidad del trumpismo para recuperar la Casa Blanca, se ha convertido en persona non grata que entorpece la ruta trazada. A fin de cuentas, una encuesta reciente de Reuters-Ipsos señala que el 55% de los republicanos encuestados cree que hubo fraude electoral. Como contrapartida, la mayoría de americanos opina que Trump tuvo responsabilidad en el ataque al Capitolio y un 61% considera que no debería aspirar a la presidencia nuevamente. Pero en lo que concierne a validar lo que quien fuera la número 3 de los republicanos en la Cámara Baja denomina “La Gran Mentira” en lo referente a las maniobras para poner en entredicho el proceso electoral en Estados Unidos, el daño ya está hecho y forma parte de una estrategia electoral de cara al 2024.

Ahora Cheney tiene la alternativa de sumarse a los más de 100 republicanos que juegan con la idea de crear una tercera formación política que rescate la esencia de los valores republicanos de las fauces del culto trumpista. La congresista ha defendido que, como buena conservadora republicana, “El principio más conservador de todos los principios conservadores es la reverencia por la ley”. Por ello, sostiene, “Permanecer en silencio e ignorar la mentira envalentona al mentiroso”, pasando a ser una víctima de la purga de la que ha sido objeto. Se trata, por cierto, de un fenómeno del que no se libran la mayoría de las formaciones políticas. Sin ir más lejos, en España el PSOE acaba de abrir un expediente disciplinario al veterano socialista Joaquín Leguina por haber criticado públicamente al presidente del Gobierno Pedro Sánchez durante la campaña electoral en la Comunidad de Madrid.

Volviendo a la destitución de Liz Cheney, el columnista Adam Serwer resalta en The Atlantic el efecto boomerang que ahora le afecta: en el pasado la legisladora defendió y propagó las falsedades del movimiento Birther impulsado, entre otros, por Trump, con el propósito de hacer ver a Obama como un impostor que en realidad había nacido en Kenia. Eran los tiempos en que congeniaba sin reparos con las políticas de quien hoy le parece una amenaza para el futuro de la democracia americana. Tal vez lo que hemos presenciado es otra escaramuza por las riendas del poder y los alfiles del ex presidente le han dado jaque mate antes de exiliarla al Gulag. Así es la política. Un pantano sin fondo.

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