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Ese pozo sin fondo

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Gina Montaner
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Fue la noticia que acaparó los primeros días de 2018 en España. Después de 16 meses de especulación mediática que había encendido el imaginario colectivo, se hallaba el cadáver de Diana Quer, una joven de 18 años que en agosto de 2016 había desaparecido en un pueblo de Galicia.

El suceso ocurrió de madrugada, cuando regresaba a su casa de veraneo tras una noche de diversión.

Producto de una meticulosa pesquisa policial, las autoridades dieron con el presunto asesino, un conocido delincuente de una comarca vecina que en el pasado estuvo bajo sospecha por haber violado a su propia cuñada. El hombre condujo a la policía hasta el lugar donde todo este tiempo había ocultado a su víctima: en un pozo en el interior de una fábrica abandonada donde, amparado por la sombra y las bajas temperaturas, el cuerpo de Diana se preservó.

Así, a simple vista, podría tratarse de otro crimen más que se resuelve, pero en realidad Diana Quer no fue ejecutada una vez, sino por partida doble: a manos de un hombre que tiene indicios de ser un depredador sexual y de quienes a lo largo de casi dos años jugaron con la vida de la chica, haciendo todo tipo de cábalas que de un modo perverso convertían a la víctima en victimaria de su propia vida.

Una vez que se supo de su desaparición circularon las fotos que la muchacha tenía en las redes sociales. Diana Quer era guapa y atractiva. En algunas de las imágenes posaba en actitud sugerente y su gesto era adulto. Además, en los medios apareció el historial de su familia: padres divorciados que habían pasado por una separación en la que se habían tirado todos los trastos. Diana y su hermana habían estado en el medio de la disputa. Propios y extraños comenzaron a hablar con la prensa sobre las intimidades de la familia.

Como en una telenovela truculenta, de la noche a la mañana lo importante del hecho no era que la joven se había esfumado, sino que provenía de un hogar roto; que su madre al parecer había tenido novios; que la muchacha tal vez había escapado con un hombre. Era doble el calvario de Diana Quer, pues no solo se la había tragado la tierra. También la lapidaban con titulares sensacionalistas. En las tertulias de la televisión basura diseccionaban su corta existencia con detalles escabrosos. Y hasta hubo pitonisas que aseguraron que se encontraba en algún país lejano bajo otra identidad, disfrutando de una vida de lujos y placeres.

Al cabo de dieciséis meses que dieron ratings, rellenaron primeras planas, el circo romano ha concluido con lo único que desde el principio era más veraz. Diana Quer fue brutalmente asesinada una madrugada de agosto en manos de un tipo que tiene un perfil de violador en serie.

Pero antes de que se encontrara su cuerpo inerte, fue demolida a golpe de calumnias y peregrinas elucubraciones. Como suele ocurrir en tantos casos de mujeres que son violadas o sufren algún tipo de agresión sexual, la tendencia es buscar alguna responsabilidad en su proceder, su vestimenta o su actitud que (inexplicablemente) justifique su trágico destino.

La noche en que Diana Quer se encaminó hacia su casa después de pasarlo bien en las fiestas del pueblo ya estaba condenada: por el mal nacido que la cazó como una mansa paloma y por quienes luego se dedicaron a difamarla. Es evidente que la maldad es un pozo sin fondo.

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