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Una cuestión de vivir o malvivir

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GINA MONTANER
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Son días de respiro para muchos estadounidenses que recibirán un cheque como parte de un nuevo paquete de estímulo económico bajo la administración Biden. Se trata de la tercera ayuda desde que estalló la crisis económica a causa de la pandemia.

No obstante, en medio del alivio general entre quienes cualifican para dicho subsidio, se continúa debatiendo el incremento del salario mínimo federal, que desde 2009 se mantiene en $7.25 la hora. En estados como California, Florida, Illinois y Massachusetts se ha aprobado un aumento gradual (tomaría unos cinco años) hasta alcanzar $15 la hora. Por lo pronto, la Oficina de Presupuesto del Congreso, no partidista, recientemente divulgó un estudio en el que se estima que dicho incremento sacaría de la pobreza a más de 900.000 estadounidenses pero, a la misma vez, destruiría 1.4 millones de empleos.

Es un viejo debate que divide a los economistas: si el aumento del salario mínimo contribuye al bienestar colectivo o si es una rémora para las empresas, sobre todo en un momento en el que el coronavirus ha puesto en jaque a tantos negocios medianos. Ahora bien, una encuesta reciente de Amazon-Ipsos indica que un 80% cree que el actual salario mínimo es insuficiente y dos de cada tres estadounidenses consideran que se debe aumentar a $15 la hora. De hecho, Amazon, al igual que Walmart, es una de las compañías que ha puesto en práctica este incremento.

Precisamente, en relación a una empresa como Amazon, que depende de una gran fuerza laboral en sus numerosos almacenes, la película Nomadland, que ha sido nominada a los Oscar, incursiona en un mundo desconocido para muchos: alrededor de un millón de estadounidenses que oscilan entre los sesenta y setenta años forman parte de una comunidad nómada que vive y se mueve por el país a bordo de furgonetas o trailers desempeñando todo tipo de trabajos para ganarse la vida. La protagonista del filme, dirigido por Cloé Zhao e inspirado en el libro que escribió Jessica Bruder en 2017 a raíz de la recesión de 2008, es una viuda en sus setenta que trabaja para Amazon aquí y allá. La actriz Frances McDormand se mezcla con personas que en la vida real se enfrentan a una precaria situación económica en una etapa en la que supuestamente se debe disfrutar del ocio.

Me vinieron a la mente los habitantes de este universo ambulante y a primera vista invisible al hacer la compra en un supermercado. A la hora de pagar, una señora algo mayor que yo (debía tener unos 65 años) se encargó de colocar los víveres en las bolsas y se brindó a llevarlas hasta el auto, pues es una oportunidad para ganar unas propinas por jornada laboral. En las grandes cadenas un ejército de personas en edad de retiro vive del salario mínimo sobre el cual expertos en macroeconomía teorizan con la frialdad que acompaña a las tablas, números y curvas.

Lo cierto es que resulta muy difícil para una familia vivir dignamente si el sustento depende de un salario mínimo que no llega a $8 la hora. Según datos de Investopedia un hogar de cuatro personas caería en la franja de pobreza. Y si algo resalta Nomadland es que la población más vulnerable la comprenden mujeres mayores viudas o divorciadas sin un techo fijo para guarecerse. En general, esta tribu nómada no elige una existencia sobre ruedas por afición, sino por pura necesidad.

Me pregunto si los detractores del aumento de un salario mínimo federal que desde hace doce años permanece estancado a pesar del creciente coste de la vida, alguna vez se han imaginado subsistiendo en las mismas condiciones que estos trabajadores anónimos. Para mí es un pensamiento inevitable cuando una mujer de mi generación araña de las propinas para llegar a fin de mes. Basta un contratiempo para ser ella.

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