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Aviso a migrantes

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GINA MONTANER
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Desde el principio se podía anticipar que uno de los grandes escollos de la administración Biden sería la cuestión migratoria. Y, en efecto, el reciente viaje a Guatemala y México de la vicepresidenta Kamala Harris así lo ha demostrado.

En plena campaña electoral Joe Biden prometió que pondría freno a la política y retórica anti inmigrante del ex presidente Donald Trump, con el objetivo de revertir una agenda que se proponía recortar drásticamente el ingreso irregular de inmigrantes, así como la tradicional inmigración por vías legales. No obstante, poco después de ocupar la Casa Blanca el demócrata chocó con el embudo que su antecesor había dejado en la frontera Sur, donde miles de inmigrantes, la mayoría procedente de Centroamérica, llevaban hacinados hasta dos años en improvisados campamentos de refugiados. Bajo la política conocida como MPP, bajo Trump se interrumpió el derecho a solicitar asilo al cruzar la frontera, obligando a los migrantes a pedirlo en un tercer país, México, y aguardar de manera indefinida una audiencia en los tribunales estadounidenses de inmigración.

Ante el flujo creciente de migrantes que, esperanzados por un cambio de gobierno aparentemente más magnánimo, se lanzaron a hacer una travesía peligrosa y a merced de los traficantes de personas, el gabinete de Biden se ha visto obligado a matizar su mensaje y también, tal y como la vicepresidenta lo resaltó ante el presidente guatemalteco Alejandro Giammattei, endurecerlo. Harris fue muy tajante: “No vengan”, dijo en referencia a quienes contemplan acariciar el sueño americano. Es evidente que era un aviso a migrantes muy meditado por parte de un gobierno que ahora se ve conminado a sofocar las aspiraciones de quienes buscan a cualquier precio llegar al Norte para alcanzar una vida mejor. La advertencia iba acompañada del proyecto de invertir en una región donde prevalecen gobiernos corruptos que no ponen empeño en mejorar las condiciones de poblaciones asoladas por la violencia y la pobreza.

Palabras sin rodeos con la intención de desinflar las ilusiones de quienes no renuncian a horizontes más anchos. Un mensaje que pasaba por alto el derecho universal de los perseguidos o desesperados a pedir un asilo que luego puede ser denegado. El “No vengan” fue el jarro de agua helada que la vicepresidenta debía verter sobre el cúmulo de anhelos que había producido el relevo de una administración profundamente anti inmigrante a una que se había presentado como inclusiva.

Una vez más Washington apuesta por suministrar millones de dólares en ayudas de emprendimiento a Centroamérica destinados a los más pobres. El propósito último es disuadir la inmigración irregular al incentivar el desarrollo y la prosperidad en el terruño. Otra cosa bien distinta es que estas cantidades ingentes de dinero no acaben repartidas entre funcionarios corruptos e indiferentes a los más necesitados. Desafortunadamente ha ocurrido en el pasado. Sin duda, otro gran reto de la administración Biden-Harris será asegurarse de que esta ayuda no se esfume.

A Kamala Harris le tocó el trago amargo de soltar “No vengan” a ese frágil ejército de hombres, mujeres y niños dispuestos a avanzar como almas en pena. Sus ásperas palabras no son más duras que la piel del migrante que hace camino al andar.

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