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Gerardo Sotelo
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Cuanto más compleja se vuelve la realidad, menos se tolera la incertidumbre. La revolución digital ha puesto en manos de la plebe herramientas de comunicación que antes estaban reservadas a empresas y profesionales especializados.

Esta realidad, de verdad revolucionaria, llevó a estallar el sistema de validación de la realidad, de tal modo que las noticias falsas o sensacionalistas comparten plataforma con los medios y las plumas más prestigiosas, alimentando la idea de que toda verdad es provisoria y, en todo caso, discutible. La celebración de un nuevo Día del Periodista es una buena excusa para reflexionar sobre estos asuntos.

No es de extrañar que este escenario de confusión y desamparo sea utilizado por manipuladores de las más diversas causas para ocupar el centro del relato mediático. Por su naturaleza, los manipuladores no reparan en detalles tales como la veracidad o el respeto al prójimo. Su "ciencia" consiste en sustituir la dinámica de los hechos y la demanda de verdad por el imperio de los ideales. De los suyos, claro.

Algunos de los temas de la agenda periodística de los últimos meses revelan la gravedad del problema y lo burdo de las operaciones. Pensemos en el peón agredido en una estancia de Salto, la niña reclamada por su padre desde España, la desaparición del Santiago Maldonado o el referéndum ilegal de los separatistas catalanes, por no abrumar la lectura con ejemplos.

En la cobertura periodística de estos acontecimientos operó la intención de dar a los hechos una interpretación única y definitiva sin que se conocieran las versiones de las partes ni se rescatara la dimensión controversial de lo ocurrido. Lo trágico no es que los grupos de interés traten de escamotearnos la verdad sino que los periodistas, venidos a este mundo a reconstruir los hechos con criterios de ecuanimidad y veracidad, participemos del juego.

Como se ve, no estamos ante una sucesión de errores sino ante una traición a los principios básicos de la profesión. Nadie que sustituya la pluralidad de las versiones sobre un mismo hecho por la multiplicidad de versiones únicas, debería ser reconocido como periodista.

El problema que tienen el marketing y la propaganda es que están motivados por intereses particulares, no por el compromiso con la búsqueda de la verdad. Por eso las modernas técnicas de manipulación social buscan disimularse bajo la apariencia de periodismo, ese conjunto armónico de técnicas y principios del que nos valemos para acercarnos a los hechos.

La diferencia entre el periodismo y la propaganda es que el primero nos trata co-mo ciudadanos y la segunda como corderos. El periodismo propende a una socie- dad de iguales, a la construcción de una democracia rica y dinámica, mientras que la propaganda busca ganar adeptos avasallando el espíritu crítico.

Si alguien piensa que lo peor de los nuevos medios digitales son las noticias falsas y la vulgaridad, desconoce su capacidad de eliminar la incertidumbre con paparruchadas seudocientíficas, dogmas de pacotilla y cosas por el estilo.

Pero mucho peor es que los periodistas nos convirtamos, por voluntad o indolencia, en obedientes propagandistas del discurso dominante, cualquiera sea su intención e ideología.

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