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Tránsfugas

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Gerardo Sotelo
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La aprobación en el Senado del proyecto de ley sobre personas trans, alcanzada solo con los votos del oficialismo y del senador independiente Pablo Mieres (con objeciones), volvió a dividir al medio al Parlamento.

¿Se pudo haber buscado un consenso más amplio sobre este tema? Desde el oficialismo se le reprocha a la oposición la falta de iniciativa sobre un proyecto que pasó más de un año en comisión. Desde la oposición se alega que, tal como ha ocurrido en los últimos catorce años, ya sabían que el Frente iba a buscar los votos en su propia bancada, volviendo inútil cualquier esfuerzo propositivo. Entre los reproches cruzados aparece la convicción de que hubo presiones, tanto de organizaciones de activistas trans como de grupos religiosos, principalmente los denominados "evangélicos".

La expresión más evidente de que muchos parlamentarios se han convertido en polea de transmisión de estos grupos de presión es la colocación de pañuelos verdes y azules sobre sus bancas, como si no hubiera un tamiz institucional que separa el ámbito militante del legislativo. Si algún colectivo ha sido víctima de la discriminación y el prejuicio, es el de las personas trans, una situación inaceptable y condenada por todos los sectores políticos. Sin embargo, el proyecto no busca solo compensarlos con la asignación de pensiones a las víctimas sino que avanza hacia la consideración de derechos polémicos para niños y niñas trans.

En este caso el Frente Amplio reitera su táctica de negociar en la interna y dejar afuera al resto del Parlamento, acaso por considerar que, en la relación costo-beneficio, esta sigue siendo mejor que la de abrir la negociación en busca de consensos más amplios.

La decisión es de una legitimidad democrática incuestionable (el Frente ganó su mayoría en las urnas por tercera elección consecutiva) pero harto discutible en cuanto a sus efectos políticos y electorales. Fuera o no posible el consenso, el oficialismo está comenzando a cosechar los frutos de esta estrategia: las encuestas sobre intención de voto dan al oficialismo cifras muy inferiores a su electorado habitual, lo que expresa descontento y hartazgo en un segmento importante de la población.

Parece razonable pensar que muchos votantes frentistas no comparten este proyecto en todas sus consideraciones, y que muchas personas que votan a la oposición aprobarían un proyecto de ley que proteja a las personas trans de la discriminación y sus consecuencias. Sumados constituyen el eje gravitatorio del electorado uruguayo, integrado por personas moderadas que les dieron la mayoría a unos y otros, según quién interpretaba mejor sus valores, temores y prioridades.

El transfuguismo hacia opciones extremistas que se advierte en el mundo no se forma con personas de derecha que se radicalizaron. Se integra principalmente con ciudadanos de centro que, experimentando una fuerte insatisfacción con el discurso y el rumbo dominantes, un día deciden mandar al demonio sus prejuicios e inhibiciones.

Forzar soluciones legislativas que no representan el sentir del ciudadano me- dio en temas que van más allá de lo político, nunca es gratis. Solo la ignorancia o la soberbia del poder no permiten verlo.

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