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Oscurantistas

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GERARDO SOTELO
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Si alguien preguntara a los empleados de la división de literatura infantil de la editorial Hachette, que tienen en sus manos la publicación de un cuento de hadas de J. K. Rowling, qué piensan sobre la Inquisición, la represión de las dictaduras latinoamericanas, la revolución cultural de Mao o la quema de libros de los nazis, seguramente escucharía un enérgico rechazo.

Una fuente del Daily Mail, que estuvo presente en la asamblea en la que resolvieron censurar a la creadora de Harry Potter, los pinta como ese tipo de gente “espabilada”, treintañera y progre, sensible ante el sufrimiento humano.

El episodio de Rowling no es accidental. La escritora escocesa criticó en un tuit un texto en el que la deriva eufemística de la neohabla progre sustituía el sustantivo “mujeres” por “personas que menstrúan”. Su modesto comentario fue interpretado como un ataque al colectivo trans, lo que alcanzó para despertar el rechazo de los empleados de la división de literatura infantil de la editorial Hachette.

El hecho debería despertar la alarma de las organizaciones que defienden la libertad de expresión, cada vez más jaqueada por la llegada al poder de una generación de majaderos intolerantes, si no fuera porque están demasiado preocupadas en no terminar ellas mismas como víctimas de la degollina.

Si usted se anima, puede intentar al menos desenmascarar a los miembros de las nuevas tropas de asalto del puritanismo. Alcanza con enfrentarlos a su cinismo existencial, acaso más torpe aún que su escuálido marco doctrinario.

Pongamos por caso que usted considera que un comentario humorístico de un grupo de humoristas radiales, podrá ser ofensivo para los aludidos, pero que eso bajo ninguna circunstancia amerita que sus responsables deban responder ante la justicia penal.

Pongamos que los integrantes de estas nuevas y posmodernas Waffen SS o checas, según la denominación que nazis y comunistas daban a la barbarie organizada, coinciden con usted en este punto. Anímese ahora a dar el siguiente paso: coménteles al disimulo los casos de Allen y Rowling.

Incluso sugiérales que, para usted, no hay diferencia alguna entre aquel caso y estos, sino que, por el contrario, todos están comprendidos en las amplias garantías que construyó la sociedad moderna para proteger la libertad de expresión, escudo y barómetro de la democracia. Verá que algunos empiezan a dudar, y otros, acaso más descarados, a interponer el consabido “no es lo mismo”.

Es cierto que una cosa es boicotear la publicación de libros de gente como J. K. Rowling o Woody Allen, y otra muy diferente someter a sus autores a torturas, o condenarlos a la muerte luego de indecibles tormentos.

Los millennials son incapaces de tales excesos, tan alejados de sus modales delicados, pero no deberíamos dejar de tomar en cuenta su tendencia represiva.

Recordemos que las dictaduras latinoamericanas comenzaron persiguiendo a los jóvenes por tener el pelo largo (una conducta tan ingenua como querer publicar un cuento de hadas) ante las risitas socarronas de los bienpensantes, para terminar, en algunos países, en una carnicería indiscriminada.

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