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Mentiras verdaderas

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PABLO DA SILVEIRA

Además de ser un pensador formidable, el francés Raymond Aron fue un gran fabricante de frases. Una de ellas dice: "En el Partido Comunista, el crimen supremo es tener razón a destiempo".

Esas palabras resumen lo que ha sido un accionar a escala global. Los comunistas negaron durante décadas los crímenes de Stalin, diciendo que todo era una patraña del imperialismo y sus aliados de derecha. Pero alcanzó con que Nikita Khrushchev pasara a dirigir el Partido Comunista Soviético y tratara a Stalin de criminal para que, en muy poco tiempo, todo lo que había sido negado pasara a ser admitido.

Los comunistas niegan hasta hoy que en Cuba se violen los derechos humanos, pero llegará un día en que les parecerá conveniente reconocerlo. Entonces, primero dirán que no lo sabían, luego sostendrán que hay que juzgar esos hechos en el contexto de la agresión imperialista y finalmente admitirán que siempre fue injustificable.

Todo esto es bien sabido desde hace tiempo. De hecho, hay bibliotecas enteras dedicadas a analizarlo. Pero algo ha cambiado desde los tiempos de Aron, y es que esta práctica ha dejado de ser un rasgo exclusivo de los partidos comunistas para transformarse en un hábito de amplios sectores de izquierda.

En algunos casos esto no sorprende. No es raro que un gobierno tutelado por el régimen cubano, como el de Venezuela, aplique el manual al pie de la letra para informar sobre la salud de su presidente. Así escuchamos en las emisiones oficiales frases del tipo: "Como ya habíamos informado, el presidente Chávez viene recuperándose de una complicación respiratoria". En realidad, no solo nunca lo habían informado sino que lo habían negado. Pero esa es la manera de ir introduciendo elementos de verdad cuando se lo juzga oportuno.

Lo realmente grave, sin embargo, es ver estas mismas prácticas incorporadas al modo de operar de fuerzas de izquierda que se suponen democráticas. Y ese es el caso de la izquierda uruguaya. No importa que algo sea cierto o no. No importa que un reclamo sea o no justificado. Lo único que importa es si conviene políticamente. Ese criterio alcanza para justificar todos los cambios de rumbo que sean necesarios. Los uruguayos hemos visto cómo el tema de la deuda externa pasó de ser una cuestión vital (todavía en el gobierno del presidente Batlle, el entonces candidato Tabaré Vázquez llamaba a la cesación de pagos) a desaparecer por completo de la agenda y ser sustituido por el elogio de la responsabilidad en el cumplimiento de los compromisos internacionales. La gran diferencia es que el Frente Amplio había llegado al gobierno.

El tema de la educación es un área donde este fenómeno se ve con especial claridad. La descentralización de la gestión y el fortalecimiento de los centros educativos pasaron de ser denunciadas como propuestas de la derecha neoliberal a ser incluidas como objetivos en la última Ley de Educación. Todo con cara de estar diciendo lo mismo de siempre.

Lo malo de esta estrategia (aparte del obvio maltrato a la verdad) es que tiene dos consecuencias negativas. La primera es que enlentece de manera penosa los procesos de cambio. La segunda es que legitima a los núcleos más conservadores, que pueden decir con razón que están levantando las banderas de siempre. De ese modo, los habilidosos que practican el doble discurso terminan por caer en su propia trampa.

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