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Libres e iguales

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GERARDO SOTELO
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"Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

Así reza el Art. 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y no se puede expresar de manera más cabal y sintética la concepción humanista y liberal de la sociedad moderna.

El liberalismo se apoya en la idea de que las personas, tomando decisiones libremente, en base a la razón y en el marco de ciertas reglas de juego, son capaces de construir un orden social de creciente prosperidad y convivencia pacífica.

Se trata de incontables decisiones (literalmente hablando) tomadas por personas comunes en todos los ámbitos de sus vidas.

Uruguay se volvió una sociedad políticamente pacífica porque, como norma general, sus integrantes toman decisiones pacíficas y respetan las reglas de juego, en las que encuentran suficiente reconocimiento a su dignidad humana y a su libertad.

Las primeras decisiones pacíficas tras una jornada electoral son el aceptar los resultados, reconocer la derrota, felicitar al ganador, tender la mano al derrotado, y fundamentalmente, considerarse mutuamente como iguales en derechos y dignidades, aun sabiendo que se sostienen ideas contradictorias.

En el sentido inverso, podría decirse que incumplir con algunos de estos pasos amenaza en algún grado la convivencia pacífica, en la medida que arroja sombras sobre la legitimidad de los derechos del otro.

Eso ocurre tanto cuando se pretende humillar al derrotado, como cuando se retacea al vencedor su reconocimiento.

En un país como el nuestro, tales extremos son excepcionales y no son atribuibles a la cultura cívica de la comunidad sino a la mezquindad de las personas, cuando no al sustrato discriminador y supremacista de su ideología.

Se equivoca quien piense que son simples anécdotas. El pasar de los días ha registrado una colección de reacciones de este tenor, que hacen pensar en la existencia de una inhibición de raíces más profundas, en reconocer clara y sinceramente, el lugar que toca a cada uno a la hora de la verdad. Recojamos, como corresponde, esta señal de alerta, pero miremos más alto.

Si luego del balotaje del domingo pasado con su reñido final, han transcurrido los días con absoluta tranquilidad en todo el país es porque las personas que integran nuestra comunidad aceptan vivir bajo un conjunto de normas, que son políticas y son eficaces porque primero son éticas y existenciales.

Es decir, son normas fundantes de nuestra existencia como individuos, no son transables ni oportunistas y las encarnan personas de todas las orientaciones políticas e ideológicas.

No hay democracia ni Estado de Derecho sin una población que acepta pacíficamente el resultado del juego, que reclama sus derechos con el mismo pacífico talante y que encuentra al prójimo en el otro, en quien no estando cerca no piensa como nosotros, pero es nuestro igual.

Ese es nuestro verdadero tesoro y pueden venir por él. Es, aunque no lo parezca, el único recurso que necesitamos para extender a todos la prosperidad y la esperanza de una vida más digna, plena y pacífica.

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