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El cinismo habitual

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Gerardo Sotelo
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El lío que se armó entre algunos sectores del Frente Amplio y el secretario general de la OEA, Luis Almagro, no guarda relación con sus dichos, aun siendo estos bastante imprudentes.

Recordemos antes que nada que Almagro fue el canciller del presidente Mujica, cumpliendo a satisfacción lo que el líder del Espacio 609 esperaba en materia de política exterior. De lo contrario no se entendería por qué habría de resultar premiado con un cargo de senador.

Almagro debió darse cuenta de lo mal que estaban las cosas ya en tiempos de Chávez, lo que no ocurrió. Justo es reconocer entonces su tardía pero necesaria aceptación de la verdadera naturaleza del régimen venezolano, ahora que todo está muchísimo peor, tanto en términos institucionales como humanitarios.

Los dichos de Almagro son algo temerarios. No porque el derecho internacional no contemple la intervención militar en algunas situaciones extremas (especialmente ante crisis humanitarias) sino porque entre ellas no se encuentra la hipótesis de derrocar a un gobierno.

Hay varias doctrinas sobre este asunto pero el principio sigue siendo el de la no intervención de un Estado (o grupo de Estados) en los asuntos internos de otro. Tratándose de un tema tan delicado, el secretario general de la OEA debió cuidarse de no mencionar la hipótesis militar como si fuera apenas un camino diplomático más.

Pero la reacción que despertó su desliz en algunos sectores de su fuerza política tuvo más de histeria que de indignación y no guarda relación con sus afirmaciones. Almagro nunca abogó por una pronta intervención militar, aunque fundamente sus dichos en las circunstancias de extrema gravedad de represión y hambre por las que atraviesa el pueblo venezolano.

La histeria parece responder más bien al intento de disimular lo que Almagro les reprochara a sus compañeros del Frente Amplio en la entrevista con el programa "Todo Pasa" de Océano FM: "defienden dictaduras, defienden opresión, defienden represión, defienden tortura, defienden a los torturadores, defienden a los asesinos, defienden a aquellos que violan a los presos políticos".

En este contexto, debe celebrarse que la respuesta del canciller Nin Novoa, tomando distancia de los dichos de Almagro, no haya respondido al patrón histérico sino que se ajustó a lo que cabe esperar de un gobierno como el de Uruguay.

Lo que ocurre ahora con Venezuela pasaba antes con Cuba y el resto de los países comunistas: el silencio ominoso de sectores y dirigentes democráticos de izquierda que saben lo que pasa pero no se animan a hablar, aunque muchos prisioneros políticos y víctimas de la tiranía son socialdemócratas, democristianos o izquierdistas moderados. Nada nuevo, claro. Es la misma conducta ominosa que practican desde 1917, cuando al golpe de Estado de los bolcheviques rusos contra un gobierno socialdemócrata terminara en una cacería humana.

Pero la complicidad desembozada siempre resulta peor. Sobreactuar los dichos de Almagro y apoyar a uno de los regímenes más criminales que recuerde el continente (lo que ya es decir) constituye un acto del más descarnado cinismo político y una expresión de desprecio hacia el sufrimiento de las víctimas.

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