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¿Se van?

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GERARDO SOTELO
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"Se van, ¿no?”. “-Mire, esto no da para más”. Dos comentarios que escuché de boca de pequeños comerciantes de Canelones, separados por un par de horas y una decena de kilómetros.

El primero en Ciudad de la Costa. El segundo en Las Piedras. Dos familias de emprendedores en el área de los servicios, esos que no aparecen en la foto pero que sostienen la economía y el mercado de trabajo, especialmente para una mano de obra poco calificada.

Hace unos días dije que los partidos políticos son como jugadores de básquetbol: cada tanto tienen que ir al banco para que descansen, reflexionen y “lean el partido” (como dicen ahora los periodistas deportivos) desde otra perspectiva. En el oficialismo este tipo de tesis causan irritación. Es comprensible pero contraproducente.

El Frente Amplio va a perder el gobierno por las mismas razones (aunque en diferentes circunstancias) por las que una vez fue convocado a relevar al Partido Colorado: quedó prisionero de su propia telaraña. No hay nada mejor para la sociedad y para el propio partido que pasar una temporada en la oposición, reflexionando y corrigiendo lo que sea necesario corregir.

Lo que liquida las chances de la fórmula Martínez-Villar no es solo el incumplimiento de sus compromisos electorales, como bajar las rapiñas o no hacer un ajuste fiscal.

Faltar a la palabra empeñada sería suficiente como para hacer tambalear a cualquier partido en el gobierno, pero quizás en este caso esa no sea la señal más contundente. Hay al menos otras dos que pintan el final de una época.

Una es la incapacidad absoluta de reconocer los problemas y las responsabilidades que le caben a un elenco de gobierno que controla todo el Estado y, por lo tanto, todas las políticas públicas. Bonomi es solo el epítome; por encima de él hay un presidente que ha hecho del disimulo y la elusión un culto.

Pero otra señal, contundente y demoledora, es que en el Frente Amplio ya no distinguen el bien del mal, la mentira de la verdad. Una vez sería accidente; dos sería casualidad.

Lo que la ciudadanía contempla, entre resignada e indignada, es la consagración de la amoralidad (entendida como la incapacidad de discernir sobre cuestiones morales) a la categoría de doctrina.

Así las cosas, un día se simula un título universitario, otro se ovaciona a un diputado que renuncia acusado de corrupción por un fiscal y otro más se elude definir a una dictadura criminal con la contundencia de las palabras que expresan la condena lisa y llana de las dictaduras criminales.

Es poco probable que la mayoría crea en las ventajas de mantener en el gobierno a un elenco que se emborrachó en los vapores de sus antiguas victorias. Si el título de estas líneas es una pregunta y no una afirmación es porque las expectativas del cambio de la gente (al menos de la que quieren apurar ese cambio) son más exigentes de lo que la oposición ha podido articular como respuesta.

Un electorado maduro y responsable quiere cambiar el rumbo de las cosas y tiene claro por qué sacar a los que están, pero aún espera certezas de que el relevo no será un paso en falso ni una vuelta atrás. De eso deberán ocuparse las fuerzas de cambio en las próximas semanas. Esto no da para más.

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