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Vivimos con cuentos

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Todo este episodio de Amodio genera una sensación contradictoria. Por un lado, está bien que se arroje luz distinta sobre episodios relevantes de hace medio siglo, cuando todos ellos están abrumados de memoria y huérfanos de análisis históricos equilibrados. Por otro lado, está muy mal que la agenda de temas del país gire obsesivamente en torno a los avatares de juventud de los hoy viejitos tupamaros.

Todo este episodio de Amodio genera una sensación contradictoria. Por un lado, está bien que se arroje luz distinta sobre episodios relevantes de hace medio siglo, cuando todos ellos están abrumados de memoria y huérfanos de análisis históricos equilibrados. Por otro lado, está muy mal que la agenda de temas del país gire obsesivamente en torno a los avatares de juventud de los hoy viejitos tupamaros.

Es sabido que debatir sobre temas nuevos exige dedicación y algo de sacrificio. Porque se precisa acercarse a dimensiones antes omitidas, económicas o sociales por ejemplo; estudiar, al menos un poco, nuevas realidades y distintos conceptos; y formarse opinión sobre asuntos hasta ahora no tan conocidos que implican, a veces, prestar atención a lo que pasa en otras partes del mundo para tomar ejemplo o aprender de errores de otros. Y todo eso contradice nuestra proverbial y diáfana pereza intelectual.

Así la cosas, es más fácil colectivamente volver a hablar sobre lo más o menos conocido y ya vivido, como los temas que trae Amodio, que formarse opinión fundada sobre asuntos que podrán ser más relevantes para el futuro del país, pero que son más difíciles de entender. Hoy, la prioridad legislativa del gobierno está en el sistema nacional de cuidados, votado por unanimidad en el Senado. Hoy también, la primera prioridad debiera ser cambios de forma y de fondo en la educación pública, sobre todo en la secundaria de los barrios populares.

Sin embargo, guiados por nuestra provinciana pereza preferimos atender lo que ya conocemos bien: esta novela tupa iniciada en los ’60; o la reforma constitucional periódica, otro tema patrio de predilección. Peor aún, cuando nos asomamos al problema educativo, el más importante del país, quienes debieran aportar inteligencia al debate, como los Markarian y las Simon, se dedican a repetir sandeces propias del añoso pequeño manual ilustrado del marxista latinoamericano feliz, con sus adolescentes consignas antiimperialistas y medrosas. En su edición 2015, el manualito critica en recuadros chovinistas a Google, y trae caricaturas de chinos y gringos feos y malos.

No hay mejor expresión de flojera intelectual que parapetarse tras el muro de yerba y repetir gutural y rítmicamente, como si fuera un mantra Hare Krishna, conocidas y tranquilizadoras consignas ideológicas sesentistas incluidas en cuentos que ya conocemos y en los que todos sabemos quién opinará qué cosa. ¿Cuándo fue que, además, nos hicieron creer que esta nomenclatura académica y estos viejitos sesentosos izquierdistas manejaban argumentos valiosos? ¿Cómo es que logran que su pereza conservadora siga ocupando protagonismo en la agenda política?

Aquel gran poeta español y republicano que fue León Felipe quizá tenga la respuesta en este poema: “Yo no sé muchas cosas, es verdad / Digo tan solo lo que he visto / Y he vis-to: / que la cuna del hombre la mecen con cuentos, / que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, / que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, / que los huesos del hobre los entierran con cuentos, / y que el miedo del hombre... ha inventado todos los cuentos”.

Somos una sociedad mecida con cuentos; ahogada en viejas historias; taponada por consignas pueriles; enterrada por nuestra pereza; y medrosa de enfrentar un futuro distinto que nos exija romper el espejo de nuestra feroz autocomplacencia.

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Francisco Faig

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