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Lo que se viene y vendrá

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Terminó el ciclo de alto crecimiento económico. ¿En qué situación quedamos? ¿Qué perspectivas tenemos para avanzar en el camino de prosperidad colectiva que todos queremos?

Terminó el ciclo de alto crecimiento económico. ¿En qué situación quedamos? ¿Qué perspectivas tenemos para avanzar en el camino de prosperidad colectiva que todos queremos?

La sociedad cambió. La amplia mayoría mejoró su nivel de consumo y accedió a un sinfín de pequeños bienes que le brindan un mayor confort cotidiano. Empero, no logró en estos años hacerse de bases sólidas que le aseguren seguir progresando.

El desempleo, que crecerá, golpeará sobre todo a los más jóvenes y a los menos educados, que son además los que perciben salarios más bajos. A la clase media vulnerable, que había subido un pequeño escalón social, le costará muchísimo sostener sus conquistas. Podrán lograrlo más fácilmente los miles de empleados públicos de remuneraciones más bajas. Pero perderán pie, irremediablemente, aquellos hogares cuyos magros salarios provengan de la actividad privada.

Las nuevas generaciones del mundo urbano son las que más sufrirán. Las empresas, las pruebas PISA y la deserción liceal nos dicen que al menos la mitad de los jóvenes que cada año alcanzan la mayoría de edad no tienen destrezas necesarias para desempeñarse en la vida económica productiva. En los barrios populares, la merma de expectativas de progreso social integrado a trabajos formales va de la mano de otro gran cambio social y cultural que se instaló sobre todo en Montevideo: la multiplicación de la violencia organizada en bandas delictivas vinculadas al tráfico de armas y drogas. La feudalización de zonas de la ciudad no desaparecerá porque no queramos verla.

Fieles a nuestro viejo reflejo identitario, en esta década progresista privilegiamos colectivamente el hoy y nos despreocupamos del mañana. Lo hicimos apelando a lo conocido de los años cincuenta y tan bien probado: la multiplicación del clientelismo, las prebendas y los empleos públicos. ¡Hasta facilitamos las jubilaciones como en aquel entonces! Es cierto que hay diferencias entre una época y otra. Pero los finales de cada camino muestran problemas parecidos: falta de competitividad económica y desidia corporativa en el Estado que impiden cualquier desarrollo de largo plazo.

Con todo, hay algo sustancialmente más grave hoy que en aquel país de Maracaná que frustró sus sueños de desarrollo. Es el problema de la fragmentación o, su reverso, la desintegración social. Cuando se amontonan las generaciones sin futuro de prosperidad posible, porque no tienen la mínima formación educativa (ni siquiera buen inglés) y no pueden por tanto acceder a salarios dignos que les permitan formar una familia, el futuro de desarticulación o de anomia social es tan evidente como inevitable.

Habrá un país partido irremediablemente en tercios: uno minoritario, integrado a la globalización económica pero cada vez más cortado de la realidad local; otro, el más numeroso quizá, que sobrevivirá directa o indirectamente gracias a sus vínculos con el Estado o a sus pequeños empleos en los servicios; y otro, muy nutrido, tentado por una vida social, económica y cultural al margen, y presa fácil de cualquier discurso populista que sepa responder a su demanda de integración.

Autocomplaciente, esta izquierda no tuvo ni la visión ni el coraje de liderar los cambios que se precisaban. Nadie los tendrá tampoco. Nostálgicos, recordaremos el Mundial de Sudáfrica y añoraremos la promesa del país de primera que nunca se cumplió.

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Francisco Faig

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