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Los viejos reflejos de izquierda

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El debate de ideas podrá ocurrir de aquí a octubre. Pero Sendic ya dejó en claro que él integra el campo de los buenos y que los de Lacalle Pou son los retrógrados.

El debate de ideas podrá ocurrir de aquí a octubre. Pero Sendic ya dejó en claro que él integra el campo de los buenos y que los de Lacalle Pou son los retrógrados.

En el ADN del relato de la izquierda vernácula siempre hay un actor, una clase o un estamento que es el enemigo. Serán las 500 familias oligarcas de los años sesenta —contra las que batallaba Sendic padre; será el feroz imperialismo estadounidense; será la tan amplia como deleznable derecha; será el entorno retrógrado. Pero siempre hay alguien que traduce en criollo y simplificado aquel asunto complejo y filosófico de la lucha de clases de Marx. Y tras esa concepción viene lo inevitable: el convencimiento de la propia superioridad moral, y la imposibilidad de aceptar que el otro, el oligarca de derecha, pueda tener algo de razón en lo que piensa y dice.

¿Da resultado electoral ese talante?

Es cierto que hay un núcleo duro que vive tras el muro de yerba del comité que lo ratifica con religiosa disciplina. También lo es que hay una generación entera de cincuentones en el Frente Amplio, a la que pertenece Sendic, que cree que eso es hacer política. La descripción de las michelinadas aquí, por ejemplo, con tono siempre de ironía, no es más que dar cuenta de esa actitud. Pero en junio, con este discurso, las Xavier y los Michelini, paladines de las michelinadas, votaron mal en la interna. Y si hay algo que está rechinando mucho en el discurso de Vázquez es justamente su adhesión a todo lo que refiere a esta vieja lógica: que todos los demás son “de derecha”, o que su adversario directo es poco menos que un imberbe de “la sub- 20”.

Lo que ocurre es que la izquierda no termina de entender que los cambios sociales y económicos de esta década y el éxito de la campaña por la positiva entre los blancos muestran que estamos en un tiempo político y social diferente. Cuando Sendic, atávicamente, descalifica sin argumentos al proyecto opositor como retrógrado, se muestra como un hombre del pasado. Parafraseando a su costosa y amplísima campaña institucional de Ancap, que tan bien tradujo él luego en la campaña proselitista de su Lista 711: ese no es el Uruguay que queremos.

La izquierda está en un brete. Por un lado, sus figuras críticas y pensantes se dan cuenta de la exigencia de renovación que pide la gente. Con el anciano Vázquez de gestualidad pachequista y discurso encerrado en sí mismo, no ganan. Pero también perciben que es una exigencia que va en el sentido de comulgar con cierta normalidad de estirpe liberal y clásica de la política uruguaya. Ella implica aceptar al adversario. Abandonar las enseñanzas del manual ilustrado del perfecto leninista. Por otro lado, es justamente ese reflejo pavloviano-leninista el que le impide salir del esquema de confrontación adolescente que alimenta el alma del comité.

Sendic representó en la interna de junio una exigencia de renovación en la izquierda. Está hoy en un cruce de caminos. O ratifica el espíritu de las michelinadas e insiste con que sus adversarios son retrógrados y demás tonterías maniqueas extendidas en la izquierda, o conduce al Frente Amplio al nuevo tiempo político y social del país: debate, argumenta y convence con propuestas, a propios y extraños.

Infelizmente, su peregrinación a la Cuba de los Castro, donde él se formó, es un signo de adhesión a los viejos y peores reflejos de la izquierda.

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Francisco Faig

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