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Lo viejo y lo nuevo

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Quienes razonan que Vázquez es la izquierda que se topará con dos candidatos de partidos de derecha, y quienes creen que Lacalle Pou ganó en una arremetida final de campaña exitosa, están entendiendo poco de lo que ocurrió el pasado 1° de junio. Los uruguayos votaron por terminar el siglo XX. Votaron por un nuevo país político.

Quienes razonan que Vázquez es la izquierda que se topará con dos candidatos de partidos de derecha, y quienes creen que Lacalle Pou ganó en una arremetida final de campaña exitosa, están entendiendo poco de lo que ocurrió el pasado 1° de junio. Los uruguayos votaron por terminar el siglo XX. Votaron por un nuevo país político.

El discurso momificado de las propuestas de Vázquez, muy parecido en tono y en talante a los de Pacheco de los años ochenta, sonó fuera de época. Los frenteamplistas agradecieron a su generación de ancianos, pero prefirieron no darles la mayoría. Optaron, contundentemente, por la nueva figura de Sendic, y apoyaron también el coraje y la reivindicación izquierdista de Moreira. Como ocurre siempre en nuestra política, la ruptura no es abrupta. En definitiva, su presidenciable tiene 74 años, y los añejos Astori y Mujica seguirán ocupando lugares destacados en la campaña. Pero sin dudas es una ruptura que señala una exigencia de renovación ineludible.

Quien mejor entendió este nuevo tiempo fue el Partido Nacional. Hay que aferrarse a una interpretación muy torpe de la realidad para creer que Lacalle Pou ganó en las últimas dos semanas de campaña. Lo que hubo, por el contrario, fue un proceso largo que fue generando una ola arrolladora de esperanza compartida, y que, desde el inicio, analizó con independencia y sólido criterio el país de hoy. La señal aquí fue clara: cambiar el discurso, abrirse a nuevas alianzas, mirar al futuro sin complejos.

Quizá la mejor interpretación de este triunfo de lo nuevo se nutra de algunos trabajos académicos no muy famosos pero sí muy certeros. En efecto, hace muchos años ya que Carlos Pareja definió el talante de la mejor tradición del Partido Nacional como plural, inclusivo y abierto al acuerdo con el adversario. Así, Lacalle Pou no ganó por sectario, sino que ganó por traducir a la actualidad este viejo sentido incluyente nacionalista. Todo su discurso se despliega dentro de esta tradición blanca, a la vez wilsonista y herrerista, y la renueva. Quizá también, toda la dificultad del anciano candidato izquierdista para octubre esté en que viene sucumbiendo a la peor tradición frenteamplista leninista. Ella se encierra en su superioridad moral y no puede tender puentes con los demás actores políticos. Para Vázquez, todos los demás son mucho menos que Él: de derecha, sub- 20, etc.

Hay una profunda sabiduría ciudadana en la votación de junio. En la izquierda, no ganó la cabeza Olesker, que vive fraguando los datos sociales del pasado reciente para satisfacción del comité de base. No se premiaron las toscas y recurrentes michelinadas de los apparatchik cincuentones. Ganó el sentido común que reclama una renovación generacional. Del otro lado, se ratificó la evidencia de que no se puede construir un país de primera que insista con la división del nosotros contra ellos. Y ganó el talante innovador que además acepta, explícitamente, la mejor herencia de estos diez años de Frente Amplio en el poder.

La elección de octubre no será entre izquierda y derecha. Será entre lo viejo, que entiende el país con lógicas de Guerra Fría y política del siglo XX; y lo nuevo, que construye desde el presente y acepta las diferentes posiciones para incluirlas en un destino común. En suma: será entre un presidente del pasado, hierático, de 75 años; o un presidente del futuro, activo, de 41 años.

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Francisco Faig

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