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Uruguay Potemkin

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Catalina la Grande debía visitar Crimea en 1787. Como la situación social y económica allí era muy mala, el gobernador Potemkin hizo edificar fachadas pintadas a lo largo de la ruta de la visita de la zarina para simular pueblos venturosos y pujantes. Así, desde lo alto de las colinas, alejada del detalle, Catalina quedaba satisfecha de la situación presentada. Varios pueblos fueron así vistos por la zarina. En realidad, se trataba siempre de la misma fachada falsa. Ella se montaba y desmontaba a medida que avanzaba la ruta oficial. Catalina quedó tan conforme de la evolución en Crimea, como logrado había sido el engaño de lo que se conoció luego como los “pueblos Potemkin”.

Catalina la Grande debía visitar Crimea en 1787. Como la situación social y económica allí era muy mala, el gobernador Potemkin hizo edificar fachadas pintadas a lo largo de la ruta de la visita de la zarina para simular pueblos venturosos y pujantes. Así, desde lo alto de las colinas, alejada del detalle, Catalina quedaba satisfecha de la situación presentada. Varios pueblos fueron así vistos por la zarina. En realidad, se trataba siempre de la misma fachada falsa. Ella se montaba y desmontaba a medida que avanzaba la ruta oficial. Catalina quedó tan conforme de la evolución en Crimea, como logrado había sido el engaño de lo que se conoció luego como los “pueblos Potemkin”.

Aquí también tenemos nuestros bastidores Potemkin. Contentos con la bonanza, satisfechos por lo que creemos es nuestro excepcional lugar internacional y henchidos de nuestra reputación democrática, estamos seguros de que vamos hacia el país de primera prometido. Si bien a veces sabemos que se precisan respuestas urgentes para algunos problemas serios, la urgencia no alcanza para interrumpir en verano el cansino tranco nacional. En el fondo, creemos que vamos bien y que estamos a tiempo de encaminar esas difíciles situaciones.

Cuando no nos gusta algún dato en educación o en seguridad, que allí están los peores, siempre terminamos levantando la vista para constatar que seguimos siendo en general mejores que la región. Según nos cuentan nuestros numerosos y complacientes analistas Potemkin, la cosa no va tan mal. Y como le pasaba a Catalina la Grande, los bastidores pintan, de lejos, escenarios promisorios.

El problema es cuando la realidad se ve más de cerca. Los últimos resultados del Ineed en evaluación de la educación ratifican que estamos formando generaciones enteras de jóvenes que adquieren muy pocas capacidades para integrarse al mundo del trabajo. Ni qué hablar de lo que ya sabíamos sobre la extendida orfandad de formación ciudadana, que hace que las nuevas generaciones nada sepan y nada entiendan de las exigencias propias de una democracia de calidad.

Detrás del Uruguay Potemkin hay un país partido en tres. Están los ricos que acceden a la educación privada y tienen al mundo como horizonte de realizaciones (hablan inglés, ¿vio?). Su capital económico, social y cultural les permite un futuro promisorio. Están las vastas clases medias que siguen creyendo en la ascensión social a través del esfuerzo y de la educación, pero tropiezan con un futuro de frustraciones, remediado, aquí o allá, con algún empleo público relativamente bien pago. Finalmente, quedan los numerosos desconectados del sistema educativo que son las clases populares sin horizontes de integración ni éxito económico.

Hace las veces de Catalina la Grande nuestra provinciana burguesía acomodada con su irredimible y ya tradicional sentido de autocomplacencia. Aferrada a sus gustitos y “arrebañados privilegios”, como escribía Real de Azúa, prefiere creerle a Potemkin antes que enfrentar ningún cambio con sentido de excelencia que le venga a complicar su plácida existencia. Más vale mirar las cosas desde la colina.

Y para estar tranquila con su consciencia reformista, ha votado mayoritariamente a la izquierda. Ella, se sabe, tiene todo mucho mejor. Se nota de lejos en la ruta del verano camino a la paz esteña. 

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Francisco Faig

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