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A los tumbos en la recta final

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Todavía nadie sabe quién será presidente. Pero lo que sí es claro es que la campaña del partido y el candidato favoritos se ha hecho a los tumbos.

Todavía nadie sabe quién será presidente. Pero lo que sí es claro es que la campaña del partido y el candidato favoritos se ha hecho a los tumbos.

El Frente Amplio partió de un diagnóstico tremendamente equivocado: vamos bien. No porque no estemos mejor que en 2002. Sino porque la actitud de la izquierda fue la de relativizar demandas sociales muy presentes: mejoras en la seguridad y en la educación pública. Tarde cambió un poco el rumbo, pero sin aceptar claramente grandes errores: Vázquez sigue afirmando que la política de seguridad va por buen camino; Sendic ha insistido con que la educación también ha mejorado.

La izquierda equivocó además el talante general de campaña. Acostumbrada a denigrar moralmente a sus adversarios, insistió con esa vieja receta que dio resultados en 2004 y 2009.

Hubo algunos que se percataron, tarde, que atacar a los partidos tradicionales por lo hecho en los años noventa era dar golpes de ciego. Pero hay otros, incluso hoy, que siguen asociando las propuestas de 2014 de los partidos de oposición con los viejos problemas de hace veinte años. En este intento perdieron credibilidad: nadie cree, de verdad, que la generación de cuarentones del Partido Nacional haya sido protagonista del país hace dos décadas; ni nadie cree que este Partido Colorado de Bordaberry sea el de Batlle y Sanguinetti.

A los bandazos, Vázquez probó un cambio de estrategia. Los lunes de tardecita la fórmula presidencial hizo propuestas a las apuradas intentando ganar el tiempo perdido. Las rebajas impositivas que apuntaron a ciertas clases medias acomodadas llegaron tarde y además no están previstas en el programa de gobierno. La confrontación estéril mutó en una presentación conjunta de candidatos en el Prado, que no se tradujo luego en un debate entre distintas propuestas.

Vázquez quedó a medio camino: dejó de plantear un escenario político en torno a la dicotomía amigo- enemigo, sin por ello adherir a la lógica democrática del intercambio de ideas en el que sí participaron todos los demás.

Pero sobre todo, el cambio de rumbo no fue unívoco: algunos sectores siguieron machacando contra blancos y colorados, aun cuando ya Vázquez procuraba, en un carril paralelo, seducir a “wilsonistas y batllistas”. El desorden abarcó también al poder sindical que la emprendió contra los partidos tradicionales en la vieja lógica oligarquía-pueblo que solo convence a los convencidos. Y el remate lo dio Mujica que insultó soezmente al Partido Nacional. Volvió así el talante rupturista. Igual que el del primer Vázquez de 2014 que agrupó a todos los demás partidos en una denostada “derecha”.

El FA probó de todo y lo hizo, muchas veces, al mismo tiempo. El problema es que su cacofonía es percibida como un signo de debilidad. El Frente Amplio no transmite certezas, sino voluntarismo desordenado. Porque además, del otro lado, las cosas son muy diferentes. Se nota que todos los partidos han ido ajustando sus estrategias electorales. A pesar de alguna escaramuza, no han dado la sensación de perder el norte. La recta final los encuentra, por el contrario, afianzados en sus objetivos y conscientes del futuro balotaje.

A los tumbos enfrenta la izquierda el tramo final. Vuelve a afirmar que obtendrá la mayoría absoluta en octubre, a pesar de lo que la gente opina en la calle y de todos los resultados de encuestas.  A los tumbos, se sabe, no se gana.

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Francisco Faig

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