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Tomar el nuevo tren

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FRANCISCO FAIG
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La metáfora del tren que se perdió refiere a no haber logrado un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos en tiempos del Frente Amplio (FA) en el poder. Hoy el nuevo tren es la flexibilización del Mercosur.

Importa tener muy presente el relativo declive de largo plazo de Argentina cuando se analiza la evolución del Mercosur. Tómese el año de referencia que se quiera: 1930, antes del golpe de Uriburu; 1945, antes de la elección de Perón; 1973, antes del regreso de Perón; 1982, antes de la guerra de Malvinas; o 1991, antes de la firma del Mercosur, y se constatará que, cada vez, Argentina es menos protagonista hoy, en tanto potencia diplomática, militar, demográfica, económica, financiera y cultural, con relación al peso relativo de Brasil en la región y con relación a otras potencias mundiales (y sobre todo del mundo hispanoparlante), que lo que fue en el pasado.

El salvavidas que el laxo peronismo gobernante ha encontrado para conservar su influencia regional ha sido la promoción de su ideologizada patria grande. Así, se entiende mejor por qué a Buenos Aires le importó que Venezuela formara parte del Mercosur; por qué le es prioritario que la Bolivia de Evo Morales pase a integrarlo como miembro pleno; y por qué buscará enfriar el actual avance aperturista brasileño con la carta del posible regreso de Lula en 2022.

Empero, ese juego de influencias no es más que un sucedáneo. La verdad es que la pendiente declinante argentina persiste, como lo muestra, por ejemplo, su escandalosa cifra de más de 40% de pobres, o sus enormes y constantes dificultades financieras y monetarias.

El nuevo tren pasa rápido y solo en 2021. Es conducido por Bolsonaro, que asume su compromiso electoral de abrir su país al mundo, pero que no tiene fácil su reelección. La política exterior de Lacalle Pou aprovecha así la coyuntura brasileña, y plantea avanzar, a velocidad propia, en acuerdos de mayor apertura comercial con terceros países.

Como es un planteo que se arrastra desde hace lustros, y como la política exterior del FA duró tanto y fue tan inerme, no parece haber amplia consciencia de la radicalidad del cambio que estamos viviendo. Porque, además, es un cambio que ocurre en un contexto en el que hay actores estatales claves para Uruguay, como Reino Unido, Estados Unidos o China, cuyos intereses estratégicos bien pueden alinearse con Montevideo para avanzar en vínculos bilaterales más estrechos.

El problema no será entonces tanto nuestra capacidad diplomática para lograr el objetivo -ella ha demostrado, por ejemplo, inteligencia en el alineamiento aperturista con Brasil y firmeza en el diferendo estratégico con Argentina-, sino las críticas internas que llegarán, inevitablemente, de parte del FA adherido a la patria grande.

La cantinela es conocida: unidad política bajo el poncho de vicuña tejido en Buenos Aires; bombo legüero lagrimeando latinoamericanismo; y antiimperialismo sensiblero contra cualquier Calibán gringo.

La izquierda, que fue incapaz siquiera de asegurar los votos en el Parlamento para ratificar el tratado de libre comercio con Chile en plena administración Vázquez, apedreará este nuevo tren desde su sempiterna, estática, ideologizada y jurásica estación. Pero no importa: esta vez, lo tomaremos.

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