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El sitio amable

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Francisco Faig
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La noticia fue tan grave como inadvertida: a raíz del "operativo mirador" que la policía condujo en Casavalle, la Fiscalía informó que en este último trimestre al menos unas 200 personas habían tenido allí que abandonar sus casas por amenazas de delincuentes.

Se podrá decir que, en verdad, estas noticias no son novedad. Se sabe hace años que muchos vecinos de barrios populares dependen económicamente de bandas delictivas vinculadas al narcotráfico: por ejemplo, les pagan el recibo de UTE o les prestan dinero. También se sabe que allí se verifica la mayor tasa de homicidios, que los vecinos pasan noches aterrados por el estrépito de los enfrentamientos a balazos, y que es donde hay mayor deserción estudiantil, menores oportunidades de trabajo de calidad y mayores índices de pobreza.

Vale la pena citar parte de lo que explicó la fuente judicial a Subrayado: "Las víctimas son obligadas a salir de sus domicilios prácticamente con lo puesto, los integrantes operan en grupos fuertemente armados y (u2026) se apoderan de los efectos dejados (u2026) en otras ocasiones utilizan las casas en forma rotativa, para guardar armas, estupefacientes, efectos hurtados o como lugar de reunión (u2026) las escuelas públicas del barrio han sufrido la deserción masiva, hasta un 60% de los niños dejaron de concurrir a clases (u2026) como consecuencia de dos aspectos, uno porque las familias enteras amenazadas fueron obligadas a dejar sus viviendas y el barrio, y el otro, por el miedo de los padres a que los niños salgan de sus casas y puedan sufrir algún daño".

Días más tarde trascendió que algunos de los echados podrían hacerse de una solución habitacional de parte del Ministerio de Vivienda. Sin embargo, la pregunta clave es por qué no hay una reacción que enfrente radicalmente esta feroz feudalización que afecta a los más débiles.

Entre varias explicaciones, hay una que quiero destacar: la de la fractura geográfica y social y la autocomplacencia de las clases medias acomodadas.

La fractura se percibe cuando esto que ocurre a 20 minutos del Centro no atañe, por ahora, a los vecinos de los barrios de la costa. Para estos barrios, tanto da si lo narrado ocurre en Casavalle o es propio de Honduras: siempre es alejado. No hace a su cotidiano vivir que en cambio sí sufre la inseguridad de la rapiña o del hurto. Y tras esa fractura, que lleva a que esos dos mundos sean inconmensurables, está también la feliz autocomplacencia de las clases medias-altas que además, por lo general, son afines a la progresía gobernante.

La mejor síntesis de esa autocomplacencia es cómo Adolfo Garcé, malgré lui, describió a inicios de este año al Uruguay: un "sitio amable" para vivir. Esta década de bonanza y satisfacción de las clases medias por sus continuas mejoras de ingresos tiene allí una formidable expresión que figurará una época. Ese sitio amable evita, claro está, otear el horizonte al norte de Avenida Italia y, sobre todo, resume el bienestar de la parte alta de la asegurada y amplia burocracia estatal que nunca jamás deberá lidiar con las pérdidas productividad y eficiencia.

Así va construyendo su afable relato identitario nuestro cándido petiso oriental, con su alma imperturbable en las fiestas previas a sus vacaciones en el edén esteño.

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