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Redes y cultura

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Francisco Faig
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Toda red social en internet opera a partir de filtros- algoritmos que ratifican los gustos y las preferencias que el usuario muestra al inicio de su socialización en esa red. Se trata de un funcionamiento con consecuencias culturales graves que ahondan nuestra conocida fractura social.

El mecanismo es sencillo de entender con un ejemplo simplificado de utilización del buscador de Google. Si un usuario interesado por la música busca allí a Carlos Gardel, le surgirán varios tangos para escuchar en la voz del Mago, pero aparecerán también distintas opciones de tangos interpretados por otros músicos. Quizá así alguien que solo conozca a Gardel termine apreciando, a través de la apertura que ofrece Google, las interpretaciones de Julio Sosa o del Polaco Goyeneche, por ejemplo. Hasta aquí todo va muy bien, porque Google funciona como un instrumento de promoción y apertura cultural: sugirió una variedad que el usuario no conocía, y que efectivamente pasó a disfrutar gracias al uso de internet.

El problema es que seguimos dentro del rubro del tango. En efecto, Google funciona de tal modo que ratificará, en sus ofrecidas opciones musicales, audiovisuales o informativas, los gustos y las preferencias del usuario que ya le fueron señaladas, implícitamente, en cada click que esa persona realizó desde que comenzó a utilizar esa red. Es decir que, para nuestro caso, Google jamás sugerirá escuchar, por ejemplo, el Concierto de Aranjuez con Pepe Romero a la guitarra o el disco "The Köln Concert" de Keith Jarrett al piano. Y eso es así porque las redes en internet funcionan de modo tal que privilegian lo que el usuario ya conoce, y suman lo que sus filtros- algoritmos suponen como productos muy similares a ello. Nunca presentarán algo enteramente diferente.

Así, para apreciar una música distinta al tango, nuestro usuario deberá buscar otro camino: un amigo melómano, por ejemplo, que le haga conocer de jazz o de bossa nova. De forma general y hasta hace poco, la apertura hacia la diferencia cultural era un papel que los medios de comunicación masivos cumplían con protagonismo entre nuestras amplias clases medias: la radio, por ejemplo, difusora de géneros musicales menos conocidos entre el gran público - desde chacareras hasta Chopin -; o la gran prensa, por ejemplo, con editorialistas cuyas ideas son muy distintas a las de uno, pero que igualmente se leían por aportar puntos de vista valiosos.

Quien hoy ya cuenta con un capital cultural y social vasto, disfruta enormemente de internet. Si ya sabe de música, por ejemplo, encuentra allí discos a los que antes no podía acceder pero que sabía excelentes. Ahora, ¿qué pasa con quienes carecen de ese capital cultural previo en esta sociedad fragmentada en la que se hace tan difícil conocer horizontes diferentes y mejores? Pasa que, para esas amplias mayorías populares, internet no es un instrumento de apertura y conocimiento. No mejora la calidad y variedad de su cultura, sino que solo potencia la ratificación de sus gustos y preferencias previos.

Se ahondan así las diferencias de clase que ya existen en nuestra sociedad. Se agravan así, de hecho, nuestras enormes fracturas sociales y culturales. Y eso es, en definitiva, lo que está pasando con las redes y la cultura.

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