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Política y sentido común

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Francisco Faig
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No hay más verdad que la realidad. Y la realidad es que el país nunca estuvo tan mal en materia de inseguridad, y que la oportunidad para votar un cambio de políticas en este tema es en este año electoral.

Todo el chisporroteo de las declaraciones de esta semana de Bergara u Otheguy es anecdótico. El problema no es si hay más armas de fuego en la población y por ello, supuestamente, más homicidios; o si la exitosa campaña de Larrañaga para reformar la Constitución promueve la barbarie. El problema de fondo es que en 2014 Vázquez ganó con la promesa de bajar un 30% unas cifras de hurtos y rapiñas que por ese entonces ya eran las más altas de la historia. Y no cumplió.

La gente le creyó. El mensaje del pueblo votando fue claro: hagan, ocúpense, resuélvanlo; les damos los instrumentos, es decir, una mayoría absoluta propia en el Parlamento (una vez más) para gobernar el país; y además nuestra confianza, porque desestimamos un proyecto de baja de la edad de imputabilidad penal que Uds. desaprobaban. Empero, lejos de mejorar, la situación empeoró mucho, incluso en cuanto a datos objetivos que van más allá de cualquier sensación térmica: aumentaron los hurtos y las rapiñas, y además pasamos a tener la tasa más alta de homicidios de todas las capitales del cono sur.

El Frente Amplio no puede quitarse el peso de este enorme fracaso. Vázquez apoyó la gestión de Bonomi en Interior durante la administración de Mujica. En plena campaña electoral de 2014, lo ratificó en su cargo. Y luego, ejerció un gobierno de partido con claridad y determinación. Así las cosas, gustará o no la campaña de Larrañaga, pero tiene la virtud de canalizar políticamente un malestar ciudadano real que la izquierda se empeña en desdeñar, quizá porque sus acomodados dirigentes moran en barrios relativamente más seguros que el infierno cotidiano en el que sobreviven las clases medias y populares.

La izquierda se abroquela tras su muro de yerba con música de fondo de "Cayó la cabra". Recita, en trance, su ritual de frases sencillas inspiradas en los cuadernos de Gramsci, y designa, convencida, algún chivo expiatorio inverosímil que le dé zurdo sentido a lo que estima es una arremetida felona más, de la derecha neoliberal made in Atlanta. Empero, fuera del comité de base, todos sabemos que esos intentos de expiación no son más que tonterías absurdas.

El Frente Amplio perdió el sentido común. Hace cinco años podía plantear una campaña de colibrí y, apoyado incluso en cierta joven candidez blanca que terminó auxiliando a la carrera política de Goyeneche, triunfar en un plebiscito. Hoy, la situación es tan grave que cualquier argumento jurídico complejo se deshará frente a la urgente exigencia de que el Estado cumpla con su función más básica, esa que hace ya mucho explicara Weber: detentar el monopolio de la violencia legítima en todo el territorio.

Más allá de las subjetivas simpatías partidarias, importa siempre conservar el sentido común: nada permite creer que el mismo Frente Amplio que por quince años no impidió que la inseguridad pública empeorara tan gravemente, sea el que logre ese objetivo en una eventual futura cuarta administración. No lo ve solo quien no quiere: el zurdo enceguecido que medra a la sombra del muro de yerba del comité de base.

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