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Pistas de integración

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Francisco Faig
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Si uno de los mayores desafíos políticos actuales es encontrar cuáles son los instrumentos de integración social vertical que cumplan el objetivo de hacernos sentir parte de una misma nación, hay un par de pistas a tener en cuenta.

La primera refiere a la vieja herramienta de la educación pública. Es evidente que debiera de cumplirse una meta universal mínima, que hoy no se verifica: salir de la escuela sabiendo leer, escribir y contar. No hay ciudadanía que dé sentido de pertenencia nacional forjada en una historia común, ni posibilidad cierta de ascenso social basado en el trabajo honrado y productivo, ni garantía alguna de horizonte democrático duradero, si las clases populares no adquieren esos elementales conocimientos en la escuela. Más cuando en el otro extremo social esos saberes son un mínimo que todos superan.

Todo lo anterior no es novedad. Sin embargo, sí lo es que hoy hay que sumar otros conocimientos por causa de la abundante información disponible en el omnipresente internet: criterios de elección y confiabilidad de fuentes; distinción entre lo esencial y lo anecdótico; apertura hacia universos distintos a los fijados por anónimos algoritmos que sugieren preferencias éticas y estéticas endogámicas; y distancia y capacidad crítica para formarse su propia opinión sobre lo que es recibido desde las múltiples plataformas de comunicación.

Hoy las redes globales operan mucho más en un sentido de atomización social que en uno de integración vertical, por lo que la identidad nacional queda relegada frente al protagonismo tácito de los diferentes capitales culturales y económicos de las distintas clases sociales. Así las cosas, no hay grandes chances de ascenso para quienes integran las clases populares, ya que sus habitus sociales, para retomar a Bourdieu, se forman sin contacto alguno con las pautas y códigos que abren las puertas de las mejoras económicas, culturales y de status.

No prima entonces una identidad colectiva-nacional que supere al resto, adquirida por ejemplo a través de una educación pública mínima común, sino que emergen pluralidades irreconciliables heredadas de la diversidad de hogares. Y por cierto: las victorias de la celeste no alcanzan para asegurar una integración vertical nacional.

La segunda pista aparece en Francia. Se trata de tomar la vieja idea de la conscripción militar obligatoria para transformarla en un servicio social general para la primera juventud, de forma de recuperar cierta socialización vertical y también de que los jóvenes de la sociedad fracturada accedan, al menos temporalmente, a vivir un mundo bien distinto al de su cotidiano ratificatorio de mismidades tan propias de la socialización entre pares.

Quienes entre nosotros han señalado las ventajas de algo parecido han sido algunas autoridades militares. El argumento es sencillo: a través de la enseñanza de oficios y de cierta disciplina social y personal, dar herramientas de integración a jóvenes de clases populares que sufren de anomia social.

La idea fue criticada sobre todo por nuestra extendida pequeña burguesía frenteamplista conservadora, biempensante, pueblerina y satisfecha. Sin embargo, es un camino rápido en favor de una mayor integración vertical que se precisa con urgencia.

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