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Los pies sobre la tierra

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FRANCISCO FAIG
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Las opciones de este año son claras: o gana el Frente Amplio, o gana una coalición de partidos en la que sobre todo serán protagonistas blancos y colorados.

Es cierto que aún falta que el menú electoral se defina mejor, con fórmulas presidenciales y partidos cohesionados que muestren solvencia frente a los desafíos de gobierno. Pero, en general, es dable pensar que el triunfo de octubre- noviembre se juega en la elección que termine haciendo el tercio del total de ciudadanos que, se sabe, aún no han definido su voto (y que seguramente ni siquiera sufraguen el próximo 30 de junio).

En una decisión de voto hay una mezcla de emociones, razones y confianzas que miran al futuro y evalúan el pasado, sobre la que opera una especie de diagnóstico de situación que resulta fundamental para decidir o por la continuidad o por el cambio. Si, por ejemplo, en los últimos años mi familia y mi grupo de pares (amigos, compañeros de trabajo, vecinos, etc.) han sufrido episodios de violencia por causa de una mayor inseguridad, no importa mucho que haya una versión oficialista que quiera hacerme creer que con tal o cual plan de gobierno la situación mejoró. Simplemente, esa versión será desdeñada, por irreal.

Si, en otro ejemplo, alguien percibe en su grupo social que la mujer de su vecino perdió su trabajo, o que el hijo de un amigo decidió probar suerte en España, o que los ingresos de su hogar ya no logran comprar lo mismo que antes o no permiten tantos ahorros, y que en la feria o en el boliche los comentarios mayoritarios son de que ya no hay tanta plata en la calle, no importa mucho que el oficialismo acomode cifras para intentar hacerle creer que vamos bien. Simplemente, esa persona no creerá en esos datos oficiales, porque no condicen con la realidad que vive y siente.

La insistencia con la que la izquierda machaca su versión edulcorada de la realidad muestra que ha perdido mucho de aquella sintonía fina que le permitió, por años, recibir enormes beneficios electorales. La vieja generación, cuando estaba en su cenit político, olfateaba bien, veía más lejos, y acertaba: el ejemplo de Vázquez en su campaña de 2014 es elocuente, cuando afirmaba, contra viento y marea, que ganaría con mayoría absoluta parlamentaria, como finalmente ocurrió.

La verdad es que hoy el Frente Amplio no tiene una interna que convoque y movilice como antes. Quizá porque las nuevas generaciones resultan demasiado ideologizadas y encerradas en un discurso autocomplaciente. O quizá porque de los cuatro precandidatos, el único con antecedentes electorales importantes es Martínez, que es además quien articula pasado y futuro en un relato con cierta coherencia, con su “nuevo impulso” con el que seguramente gane la interna.

Sin embargo, esa consigna parece lejos de constituir un leitmotiv de esperanza, sobre todo para los uruguayos no frenteamplistas que, en esta década, votaron a una izquierda que obtuvo resultados económicos positivos. Incluso más: sean quienes fueren los que ganen las internas blancas y coloradas, todas las principales figuras de esos partidos parecen tener más los pies sobre la tierra, que este Frente Amplio autorreferencial que no quiere ni ver ni asumir la crisis actual.

¿Alcanza para ganar? No. Pero es, al menos, un buen inicio.

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