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El tiempo perdido

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Las sensatas argumentaciones del gobierno para justificar el desalojo del Codicen dejan pensando sobre el enorme tiempo perdido en estos años por causa de cierta necedad política izquierdista.

Las sensatas argumentaciones del gobierno para justificar el desalojo del Codicen dejan pensando sobre el enorme tiempo perdido en estos años por causa de cierta necedad política izquierdista.

Hay varios ejemplos de sus demorados cambios de posiciones: en la promoción de inversiones extranjeras directas y la adhesión a las AFAP; en decidirse a impedir las ocupaciones en dependencias estatales; en la aceptación de las reglas de juego financieras internacionales; en el involucramiento de capitales privados para inversiones de infraestructura; o en la exigencia de mayor productividad en el Estado. En todos estos temas hemos tenido que esperar a que la izquierda madurara con la llegada al poder y su efectivo ejercicio, para poder avanzar. En todos ellos, cualquiera recordará su furibunda oposición previa. Hay dos ejemplos, entre muchos, que vistos en perspectiva aterran: el llamado al default internacional del país de Vázquez en plena crisis de 2002; y la negativa de la bancada frenteamplista a votar el acuerdo de inversiones con Finlandia para que se instalara Botnia (hoy UPM).

El problema es que en temas sustanciales la izquierda sigue conservando esos reflejos condicionados por su apolillada perorata ideológica. Hoy, sus reaccionarias y activas referencias intelectuales han trancado el acuerdo Ceibal-Google y han sacado al país de las negociaciones del Tisa. Sus jóvenes y más dinámicos dirigentes del Ir, Partido Socialista, PCU, MPP o de la FEUU, por ejemplo, no terminan de alinearse tras los más viejos del gobierno cuando se declara la esencialidad en la educación o se desaloja el Codicen. Y dentro del gobierno, Arismendi sigue sin creer que haya que exigir contrapartidas por las prestaciones sociales; Muñoz afirma que la educación no está en crisis, y es respaldada en el Senado por una extraviada argumentación de Paternain; y Filgueira, que se supone era el renovador que iba a conducir la reforma educativa, la emprende contra la vieja y la actual política de repetición de grado, por aquello de ir contra el elitismo, la estigmatización social y no sé qué otra tontería siempre políticamente correcta.

Se podrá pensar que así como cambió antes, la izquierda cambiará en el futuro. Abandonará entonces estas posiciones hoy guarecidas tras el muro de yerba del comité de base. Pero el problema no es ese, sino las consecuencias del tiempo que se perdió por no poder implementar lo antes posible mejores políticas públicas, en particular para las clases populares que son las que tienen roto el ascensor social. Quizá dentro de un tiempo se lleve adelante el acuerdo Ceibal-Google, pero para muchas generaciones habrá sido tarde. O quizá en unos años se abra más la economía, pero entre tanto las inversiones se habrán instalado en países más globalizados.

Todo esto no es teoría. Ya ha pasado. En 2005, por ejemplo, la oposición planteó al gobierno que apurara la construcción de cárceles por concesiones a privados. Recién casi una década más tarde la izquierda superó sus dogmatismos ideológicos y se decidió a hacerlo. Entre tanto, miles de presos pasaron años de reclusión en condiciones de terrible hacinamiento.

Todo este tiempo perdido es medible económica y socialmente. Qué bueno sería contar con una academia pública, independiente y seria que lo evaluara, ¿no?.

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Francisco Faig

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