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Las dos opciones

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FRANCISCO FAIG
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A pocas semanas de las elecciones internas, conviene tener claro qué hay en juego en este ciclo electoral: aquí no hay más que dos grandes opciones.

La polarización en dos grandes y divergentes caminos se fue construyendo por décadas. Seguramente, fue potenciada por el cambio de reglas de juego de 1997 con el balotaje presidencial. Pero los que definitivamente terminaron de asentarla fueron los tres triunfos frenteamplistas de 2004 a 2014, con sus tres mayorías parlamentarias absolutas. A partir de allí se fue dibujando un sentido de gobierno y una configuración de partidos desafiantes que son los que también marcarán a este ciclo de 2019.

Así gane Martínez la candidatura presidencial frenteamplista, es evidente que el peso político de la izquierda está del lado de tupamaros, comunistas, línea más radical socialista, y el amplio aparato militante que anima la vida interna de la coalición, se parapeta tras el muro de yerba, y conjuga un verbo izquierdista añejo y reaccionario.

Así gane Martínez, el Frente Amplio seguirá sin condenar a Maduro y defendiendo a Lula. Será conducido, en última instancia y en sus opciones más esenciales, por una concepción izquierdista más radical, expresada en una especie de constanzamoreirismo intelectual y político que desborda ampliamente al sector de la senadora Moreira. Electoralmente, podrá circunstancialmente disfrazarse algún polo socialdemócrata interno; empero, políticamente, mandarán los tupamaros con su enorme caudal electoral liderado por Mujica, y sus aliados.

Del otro lado se verifica una mayor pluralidad de partidos y liderazgos que en 2014. Pero, en esencia, lo que importará será la credibilidad sobre el rumbo y la capacidad gubernamentales. Allí, los protagonistas son sobre todo blancos y colorados. Y allí, es claro que en política exterior, educación, seguridad, defensa y rumbo económico en general, desde la modernización de la gestión de los entes hasta la apuesta por el crecimiento agropecuario, el rumbo de esos partidos es muy distinto al del Frente Amplio.

Hoy son tres de cada cuatro ciudadanos los que ya tienen definido qué campo elegirán. Quizá no sepan aún el detalle del candidato o del sector, pero sí saben qué rumbo general quieren. Y para terminar de componer la decisión soberana de la próxima primavera, falta que esta campaña ayude a decidirse a los 600.000 uruguayos que aún no se inclinan por uno u otro polo.

Así las cosas, si lo que se busca es que triunfe una mayoría hecha de blancos y colorados, se precisan dos cosas muy relevantes. Por un lado, que los dos privilegien en sus campañas una agenda de temas y soluciones que realmente sean los que desvelan a los sectores medios y populares. Por otro lado, que muestren ser capaces de articular un gobierno de coalición: plural sí, pero nunca amateur, desordenado y de profundas enemistades internas.

Hoy, las campañas de Lacalle Pou, Sanguinetti, Larrañaga, Amorín y Sartori muestran comprender bastante bien los constreñimientos políticos y comunicacionales impuestos por esta polarización. Si no se quiere poner desde ya a Martínez en una alfombra roja hacia la presidencia, más temprano que tarde tal cabal entendimiento debiera de reflejarse, también, en las campañas de los nada favoritos Talvi y Antía.

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