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Novick y Mieres

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FRANCISCO FAIG
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El partido de Novick se desgaja. El partido de Mieres pretende crecer juntando el agua y el aceite. ¿Terminarán como actores de reparto menores en la foto electoral de octubre próximo?

Visto en perspectiva, la formación del partido de Novick terminó siendo una pésima estrategia. En vez de cumplir con su promesa de campaña de dedicarse a trabajar Montevideo, el fuerte respaldo de mayo de 2015 hizo que Novick creyera en la posibilidad de un exitoso liderazgo nacional. Con un Partido Colorado eclipsado y con cierta novedad comunicacional, su perfil urbano y popular entusiasmó a algunos dirigentes que vieron allí una chance de renovación con presumible buen apoyo ciudadano.

Empero, el interés por Novick decayó con el renovado vigor de los viejos partidos tradicionales. Hubo un resurgir colorado que obturó algunos de sus previsibles caminos de crecimiento, y surgió además una dinámica blanca nueva, muy distinta del tradicional binomio Lacalle-Larrañaga. Sobre todo, se hizo notorio lo que sabe cualquiera que entienda algo de política: es muy difícil sostener una candidatura presidencial sin un aparato partidario extendido por todo el país, trabajado con mucha paciencia, algo de clientelismo y al menos un poco de sólido discurso. Uruguay no es Perú, que con éxito saca de la galera candidatos sin partido; ni tampoco es Chile o España, con crisis partidistas que alientan radicales cambios de actores.

El esfuerzo de Mieres parecía fructífero. Fiel representante de una izquierda democrática, podía beneficiarse de su reconocida tarea parlamentaria y del giro populista que va ganando al Frente Amplio con su desgaste en el poder. La formación de un polo socialdemócrata procuró ese objetivo, aunque no percibió algo bastante elemental (que tampoco vio Novick): ningún dirigente deja un partido que ejerce el poder, para integrarse a una novedad sin horizonte de gobierno claro, a no ser que atraviese una circunstancia política agobiante y que, perdido por perdido, el salto al vacío oficie quizá de salvavidas.

El problema es que en su afán de crecer, el partido de Mieres, que sabe que esta vez tendrá que optar en el balotaje, abrió una alternativa lle- na de contradicciones. Su líder se pone del lado del cambio, pero su candidata a vicepresidente, admiradora de la dictadura cubana, jamás votaría en un balotaje por un no frenteamplista. En la encru-cijada de la elección de gobierno, que será esto (Fren- te Amplio) o aquello (coalición, al menos, blanquicolorada), el Partido Independiente estima que puede apoyar esto y aquello al mismo tiempo, y además nos quiere hacer creer que él es, en sí, una alternativa de gobierno. Parece demasiado.

Los dos partidos, que en algún momento juntos sumaron más de un 10% de intención de voto en encuestas, hoy no superan el 6%. El de Novick, que parece un elefante en un bazar, ve cómo con cada desgajamiento interno va perdiendo sentido su promesa de cambio. El de Mieres, pretendiendo abarcar mucho, terminará apretando poco. O, lo que es parecido, constatará que en política algunas sumas terminan restando.

Así como van, perecerán en la aplanadora de polarización que se avecina en las próximas elecciones nacionales. Porque en primavera no habrá lugar para titubeos ni medias tintas.

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