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El muro de yerba

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La campaña electoral va dejando claro que hay dos talantes distintos en el país, separados por un muro de yerba.

La campaña electoral va dejando claro que hay dos talantes distintos en el país, separados por un muro de yerba.

Está el talante forjado desde el Frente Amplio de los 90. Abrigado en la demagogia tupamara, acicateado por el leninismo de la vieja guardia y conducido por Vázquez, acumuló fuerza electoral en esos años de dura oposición (1992- 2005). Construyó mayoría sobre la base de deslegitimar al adversario en su dimensión moral. Es un talante que tiene como principio la superioridad ética del ser de izquierda, que justifica todo. Poco le importa contradecirse desde el ejercicio del poder con su prédica opositora anterior, porque su sustento político siempre apela a un argumento moral- religioso que reclama una adhesión distinta a la que conocemos en la clásica modernidad liberal. Se trata de una adhesión tan dogmática como convencida en el ser superior de la identidad frenteamplista.

En su lógica, la unidad frenteamplista debe valorarse por encima de cualquier diálogo interpartidario. Para su lógica, la mayoría absoluta es ineludible. Porque para este talante, tener que formar acuerdos de gobierno con otros partidos no pone solamente en juego las naturales negociaciones políticas que ocurren en democracia, sino que derrumba la certeza dogmática de la autorreferencia de superioridad moral.

Es un talante que impide, en concreto, aceptar la realidad de votaciones multipartidarias pasadas. Miente sobre las recientes votaciones del Partido Nacional en temas sociales por ejemplo, porque su axioma moral no puede aceptar que el enemigo esté de su lado. Precisa del enfrentamiento para existir; de la certeza, entre adolescente y autoritaria, de que el mundo refleja la dicotomía bueno- malo; superior- inferior; izquierda- derecha.

Pero hay otro talante que hunde sus raíces en la historia del país. Acepta lo inevitable del acuerdo político entre partidos que piensan distinto, porque acepta que nadie tiene el monopolio de la verdad. Así, no le resulta traumático reivindicar como positivas políticas llevadas adelante por el adversario. Sabe que el rumbo de una nación precisa incluir en acuerdos, siempre frágiles y renovados, a actores diferentes. La firmeza de sus convicciones no le impide reconocer sus diferencias con el otro. Entiende que la alteridad política no implica que el otro sea un tilingo. No cree que el adversario sea “pompas de jabón”, como dijo Vázquez sobre la oposición, ni tampoco le parece aceptable que “nada bueno” haya en las propuestas de los demás, como declaró Astori.

El primer talante es jacobino: subsiste si erige muros que establecen límites que, claro está, no son políticos sino morales. El segundo es pluralista: fuerza a limitar el diferendo al espacio de la política. En el mismo movimiento, asume la profunda igualdad ética de los ciudadanos que piensan distinto. No es novedad que el Frente Amplio ha sucumbido enteramente al talante jacobino desde la incorporación de los tupamaros y el fin del liderazgo de Seregni. Ha dedicado tiempo y energía a construir el muro de yerba que lo protege tras su pretendida superioridad moral.

El problema de la izquierda en esta elección es que hay un viento fresco que sopla con fuerza. Esparce la yerba y está derribando con facilidad el muro. Encarna, hoy, el talante pluralista uruguayo de siempre: el que se precisa para construir un país de primera.

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Francisco Faig

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