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Miranda en dos panes

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Ganó Miranda. A pesar de haber sido crítico en su campaña contra la “oligarquía de conducción” del Frente Amplio, parece poco probable que pueda cambiar algo para mejor en la izquierda.

Ganó Miranda. A pesar de haber sido crítico en su campaña contra la “oligarquía de conducción” del Frente Amplio, parece poco probable que pueda cambiar algo para mejor en la izquierda.

Su situación electoral es complicada. Recibió solo 26.000 adhesiones en una flaca votación general. Es cierto que se desbarrancaron todos, pero sobre todo se cayó la izquierda moderada, esa que puede al menos sugerir que Sendic no estuvo bien o que Venezuela sufre una dictadura. Nuevamente, este tipo de interna aseguró protagonismo a los sectores militantes más aguerridos: el MPP y el PCU. Alfredo García, que conoce el paño, graficó lo que se viene: el aparato político se comerá a Miranda “en dos panes”. Sus primeros movimientos no han sido buenos. Sigue sin lograr tener la libertad de palabra que le permita criticar, templadamente y con ajuste al más elemental sentido común, las mentiras de Sendic. Tachó de perfilismo la iniciativa de Gelman sobre exoneraciones impositivas, cuando en realidad ella responde a profundas convicciones políticas vigentes en este Frente Amplio.

Planteó un gabinete en las sombras oficialista, cuando esa figura es propia de la oposición parlamentaria. Teme avanzar claramente en el reconocimiento de que se violan los derechos humanos en Venezuela, porque en su nueva posición eso lo dejaría “en falsa escuadra”.

Es que más allá de voluntariosas señales, la renovación que precisa el Frente Amplio no es algo que Miranda parezca capaz de liderar. Ella implica reconocer que este tipo de elecciones beneficia a sectores particulares que no son el reflejo de los pesos políticos reales que componen la coalición. Un ejemplo: ¿alguien cree de verdad que Asamblea Uruguay de Astori es similar a Casa Grande de Constanza Moreira, como sugieren los porcentajes de esta interna (8,5% y 7% respectivamente)?

Además, esa renovación implica dejar de transigir con la izquierda no democrática que, a pesar de ser electoralmente menor, conserva un peso exagerado en el Frente Amplio. La unión de todas las izquierdas, cualesquiera sean sus atávicas adhesiones autoritarias, no debiera de ser el dogma progresista del tiempo pos-Guerra Fría. Cuba vive en dictadura desde 1960; Mao fue un tirano sanguinario; Maduro es un gorila: no se es menos de izquierda por reconocer estas verdades elementales. Otro ejemplo: entre el ideologizado planteo de Gelman y que a Filgueira le parezca una barbaridad, hay que inclinarse por el criterio de Filgueira. Sin dudarlo.

Se precisa anclar el Frente Amplio ideológicamente, definitivamente, en un paradigma socialdemócrata; reestructurar sus órganos de decisión; modernizarlo y contrariar pues intereses creados. Pero sobre todo, hay que aceptar que la marginación del extremismo debiera de permitir un diálogo franco con los partidos tradicionales. Ellos no representan a una rancia derecha oligárquica ni tampoco son moralmente inferiores. Abolir así la lógica schmitteana amigo- enemigo permitiría lograr consensos de centro, respaldados en amplias mayorías, para resolver temas graves y urgentes.

Para todo eso hay que tomar riesgos. La imagen “en dos panes” señala que Miranda, a pesar de su sonrisa de yerno meritorio y servicial, carece del “physique du rôle”.

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Francisco Faig

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