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Luis Suárez con todo

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Imposible no reflexionar sobre la sanción a Luís Suárez, sobre todo por la forma en que ha sido interpretada por la sociedad uruguaya y la enseñanza que nos deja.

Imposible no reflexionar sobre la sanción a Luís Suárez, sobre todo por la forma en que ha sido interpretada por la sociedad uruguaya y la enseñanza que nos deja.

Cualquiera que vea fútbol sabe que la injusticia forma parte del juego y que, de forma general, las sanciones ocurren durante los partidos y son definidas por los árbitros. Son incontables, y de las más variadas, las historias sobre picardías y agresiones que buscan desestabilizar al rival ocultándose, a la vez, de la vista de los jueces. Aquí, en Londres, o en Italia. Chiellini no ha sido de los más hábiles en este sentido, aunque sí de los más perseverantes, y lo logró con Suárez.

La “moralina barata”, referida con razón por Tabárez, señala esa actitud, tan “political correct” como tonta, de pretender quitar la esencia lúdica del fútbol que implica conocer bien el reglamento y jugar al límite con él. Si te ven los jueces, que son cuatro, te sancionan. Si no te ven, siga siga. Cada jugador asume el riesgo individual y colectivo de esa decisión:

Sasía cuando tiraba arena a los ojos de los goleros y no lo veían; Ramos cuando tiró el limonazo a la pelota de Aravena y lo desconcentró. Y tantos miles de ejemplos más por todo el mundo en más de un siglo de historia.Será materia de crítica, pesar e indignación, o dará lugar a la sonrisa con sorna y a la burla al adversario. Pero así son las reglas del juego. A ellas se atienen todos los que entran a la cancha y los que siguen este deporte. Y no es asunto nuevo. Los ingleses lo saben ya hace tiempo: en el 66, ganaron un mundial con una pelota que no entró a la valla; en el 86, perdieron una clasificación 2-1, con gol de mano y gol de baile de Maradona. Los italianos, expertos en mañas, lo saben hace décadas también. ¿Qué fueron sino las demoras del segundo tiempo contra Uruguay? ¿O qué sino, la provocación a Zidane que implicó su expulsión por aquel famoso cabezazo a un rival en la final de 2006?

La sensación generalizada de que la FIFA está siendo injusta no pasa por negar que hubo una agresión —mordida o no, hubo al menos un cabezazo de Suárez (y un golpe inmediato de Chiellini)—. Pasa por entender claramente que, de golpe, se cambian las reglas. Eso sí que es hacer trampa. O hay sanciones para todos por los mismos actos, o no las hay para nadie. Y Suárez, en este sentido, mostró inteligencia para jugar al límite, sin ser visto por los jueces. Pero, aquí la trampa, fue sancionado luego por una burocracia parcialísima.

En este contexto, cuando un japonés inventa un penal para favorecer a Brasil en la inauguración, es imposible no ser un poco desconfiado. El fútbol es, ante todo, un multimillonario negocio. Nuestra selección es tan excelente en fútbol como escuálido es el interés comercial del Uruguay. De los rivales que se venían, la celeste con Suárez era el que más chance tenía de sacar al anfitrión de las semifinales. Una ayudita más no venía nada mal, y tampoco es que fuera la primera vez: en Inglaterra 66 y en Argentina 78, se sabe, ya pasó.

Nadie sabe qué pasará hoy. Si la injusticia tonificará al grupo y ganarán. O si la ausencia del crack será más fuerte. Lo que sí no podemos es sucumbir a la “moralina barata” que dice que por este episodio Suárez es un “mal ejemplo” para los jóvenes. La enseñanza es otra. La sintetizó sabiamente Lugano: “a todos nos gustaría un mundo más justo, pero simplemente ese mundo no existe”.

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Francisco Faig

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