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¿A quién le hablan?

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La salida de la ministra Muñoz contra Lacalle Pou y el proyecto tecnológico de Martínez para la terminal de AFE de Montevideo son ejemplos que muestran que el discurso del Frente Amplio (FA) está muy alejado de las clases medias y populares.

Por un lado, hay una mitología, en la que cree a pie juntillas el izquierdista común, que dice que el FA representa a las fuerzas populares de la sociedad y los partidos tradicionales a las clases acomodadas. En realidad, se trata de una tontería muy repetida por cierta politología zurda vernácula. No se percata de que nadie gana 12 intendencias, como lo hacen los blancos, sin apoyos populares; ni percibe, al no estar invitada al quincho de Varela cada 1° de mayo, el amplio apoyo empresarial y multimillonario que ostenta la izquierda en el poder.

Por otro lado, el FA ha sido siempre un partido de clases medias acomodadas de Montevideo. Martínez, con su propuesta, le habla a esa gente, que sabe más o menos de qué va Silicon Valley (que no es un equipo de fútbol gringo), y que además entiende, así sea un poco, sobre la futura inserción laboral y la competitividad económica. En el mismo sentido, Bergara, cuando criticó la campaña de “vivir sin miedo” de Larrañaga, también se dirigió a ese ciudadano frenteamplista, urbano y relativamente más educado que el resto, al hacer hincapié en las garantías constitucionales que se perderían si se aprueba la reforma del precandidato blanco que ya ha recabado centenares de miles de firmas.

La clave es entender que ninguno de estos temas importa a las clases medias y populares. En efecto, hay un enorme divorcio entre el discurso y el talante de estas clases dirigentes frenteamplistas y los problemas reales del país. Ellos son, antes que nada, la evolución de la economía, sobre todo del empleo y del poder adquisitivo, y los gravísimos problemas de la inseguridad.

Cada vez que ganó el FA, quien sintonizó con las clases populares fue Mujica, como por ejemplo con aquel promocionado asado del Pepe. Pero en la actual coyuntura, no hay nadie en la izquierda con peso político que se dirija a ese mundo popular y urbano y le hable de sus gravísimos problemas actuales. Se puede, incluso, percibir exactamente lo contrario: que son los precandidatos de los partidos desafiantes quienes sí se refieren a los problemas concretos de las mayorías populares, como es el caso por ejemplo de la campaña de Larrañaga, que más allá de sus polémicas propuestas, va efectivamente a lo esencial en el diagnóstico: el miedo instalado en la vida cotidiana de la gente común y corriente.

Porque hay que ser consciente de lo que, de verdad, pasa en algunos barrios de Montevideo. Un par de ejemplos: hay familias enteras expulsadas de sus casas a punta de pistola por narcos; y hay vecinos que, desesperados, prefieren la sensación de seguridad que brindan grupos de narcotraficantes armados conocidos, antes que el retiro de esos delincuentes que los deja a merced de la anarquía de otros delincuentes.

A los centenares de miles de uruguayos que viven angustiados por la inseguridad y las dificultades económicas: ¿qué les importa si Lacalle Pou se tomó o no un ómnibus, o una entelequia de Silicon en AFE? Sin el olfato de Mujica, el FA está electoralmente perdido.

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