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Karl Marx

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Francisco Faig
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Se cumplen hoy 200 años del nacimiento de Karl Marx, quien terminó siendo el pensador más influyente del siglo XIX. A lo largo de este año seguramente se editarán muy buenas biografías sobre él, aunque el "Karl Marx: su vida y su entorno" del gran Isaiah Berlin, publicado en 1939, mantiene una portentosa vigencia.

El mundo de Marx nada tiene que ver con el de nuestros días. Cuando Marx y Engels escriben el Manifiesto comunista en 1848, Artigas aún vivía en su exilio paraguayo; y cuando Marx publica el primer tomo del Capital en 1867, más del 80% de la población mundial mayor de 15 años era iletrada (hoy, menos del 15%), no había más de 1.400 millones de personas en el mundo (hoy somos más de 7.400 millones), cerca del 90% de ellas vivían en la extrema pobreza (hoy, menos del 10%), y la esperanza de vida en Europa continental era menor a 40 años mientras que hoy es cercana a los 80 años.

Sin embargo, algunas de las reflexiones del Marx más intelectual todavía despiertan cierto interés más allá del amplio círculo de viudas y devotos del socialismo del siglo XX tan añorado por tanto izquierdista vernáculo. Por poner dos ejemplos recientes: en 2015, "Postcapitalismo: hacia un nuevo futuro" de Paul Mason discutió algunas de sus ideas sobre el trabajo; y en 2017, en su excelente crítica sobre la mercadería, "Enrichissement", Luc Boltanski y Arnaud Esquerre volvieron sobre textos de Marx para analizar mejor la formación de precios de los bienes.

Infelizmente, el Marx que sobre todo trascendió en nuestras ribas fue el profeta del fin del capitalismo, leído además a partir de octubre de 1917 con lentes rusos y revolucionarios. En efecto, hubo un fuerte vínculo en Latino-américa entre esa interpretación jacobina y escatológica de Marx y las peores herencias intelectuales del catolicismo dogmático tan extendido en nuestro continente. Como bien apuntara Regis Debray en "Crítica de la razón política", en el socialismo científico sobrevivió así cierta cultura cristiana, con los temas de la redención en el sufrimiento, de la salud en la muerte y de la esperanza mesiánica que justifica la moral sacrificial. Marcel Gauchet, en "La religión en la democracia", describió bien esa prédica que es propia de una religión que él llama secular.

Ese marxismo más político y de un talante universalista que como bien enseña Em-manuel Todd es tan propio del espíritu ruso, pregonó una revolución de desenlace inevitable que conduciría hacia una humanidad reconciliada en un futuro paraíso socialista-comunista.

Ese marxismo, que poco tiene que ver con el riguroso Marx más intelectual, fue el que predominó en nuestras izquierdas. Y ese marxismo, anudado además al enfrentamiento imperialista de la Guerra Fría con su propaganda abrasiva, hizo un daño feroz, sobre todo en las jóvenes generaciones sesentistas de clases medias del Río de la Plata. En su mayoría recién acercadas a la cultura libresca, creyeron devota y hasta cándidamente en las vulgatas simplificadoras y a veces sincréticas de, por ejemplo, un Jorge Abelardo Ramos o un Juan José Hernández, o en las sanatas tediosas de Vivian Trías (ahora conocido como barato espía soviético).

A dos siglos de su nacimiento, el Karl Marx pensador no puede ser eludido. Los marxistas religiosos locales, sí.

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