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Insultos en las redes

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A raíz del procesamiento reciente de una persona que a través de su cuenta de Facebook incitó a crear escuadrones de la muerte para combatir la delincuencia, vale la pena reflexionar sobre el papel de las redes sociales en la formación de la opinión y el sentido democrático ciudadano.

A raíz del procesamiento reciente de una persona que a través de su cuenta de Facebook incitó a crear escuadrones de la muerte para combatir la delincuencia, vale la pena reflexionar sobre el papel de las redes sociales en la formación de la opinión y el sentido democrático ciudadano.

Las redes funcionan como un potente instrumento democratizador. Por un lado, cualquier persona por Twit-ter, Facebook o por comentarios de artículos en la prensa digital, puede participar de polémicas con cualquier otro. Hay intercambios que en el pasado eran impensables, con “amigos” virtuales que en muchos casos ni siquiera se conocen personalmente. Por otro lado, la exposición que permite la plataforma de redes obliga a unos y a otros a presentar argumentos y a defender ideas. Antes, las más de las veces, ese esfuerzo argumental estaba ceñido a unos pocos.

La nueva situación trae consigo una especie de ágora virtual ampliada que implica cierta reivindicación ciudadana igualitaria muy saludable, a la vez que modifica radicalmente los hábitos clásicos de la democracia representativa. El problema es que esa mayor apertura en la utilización y disposición de participar en debates en redes muestra a cabalidad las debilidades de nuestra cultura ciudadana.

Primero, porque debatir ideas con provecho implica aceptar la posibilidad de ser convencido por los argumentos del otro. No es esta la actitud que en general prima en el ágora virtual, sino que, al contrario, muchas veces el sentimiento del hincha prevalece en desmedro de cualquier apertura hacia la diferencia. Segundo, porque como consecuencia de esta falta de aptitud para el debate, los foros terminan siendo tribunas en las que se ratifican posiciones conocidas y se quita espacio a cualquier voz disonante.

De esta manera, la participación en redes termina perjudicando la cultura política democrática. Porque para evitarse cualquier disonancia cognitiva, demasiados comentarios terminan negando el derecho a la opinión contraria. Lo que sigue, también demasiadas veces, son diversos tipos de agravios hacia lo distinto. Alcanza con sobrevolar comentarios en la red para corroborar que es muy común que el argumento sea sustituido por la descalificación personal, tanto más fácil cuanto quien la hace se esconde en el anonimato o el seudónimo. Cualquier intercambio racional se frustra y rápidamente ocupan el espacio la calumnia rastrera, la agresión soez y el dogmatismo ramplón.

Lejos de fomentar la tolerancia por la opinión ajena, la red virtual termina azuzando los peores sentimientos humanos. Y si bien es cierto que estos males se verifican por doquier, la diferencia sustancial es que entre nosotros viene fallando gravemente el ejemplo de cómo deben procesarse los debates entre los representantes de pensamientos distintos. En este sentido, es innegable que el éxito del liderazgo de Mujica, con sus insultos y su festejado relativismo (“como te digo una cosa, te digo la otra”), contribuyó mucho a menguar la calidad del debate.

Hay una pedagogía de la democracia que debe ser ejercida por los principales políticos pero que está ausente desde hace demasiado tiempo. Las redes, naturalmente, reflejan esa pobreza nacional.

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Francisco Faig

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