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Inflación de títulos

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Francisco Faig
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La inflación de títulos más famosa de estos años fue la de Sendic: se decía por doquier licenciado en genética con medalla de oro, pero resultó que ni siquiera existía tal carrera universitaria en Cuba donde él afirmaba haberla cursado. Pero no es el único caso.

Toda la siguiente información ha sido pública: el senador de León se presentó por años en reuniones oficiales como ingeniero agrónomo y no lo es; un notorio dirigente socialista que trabajó en la oficina de planeamiento y presupuesto, fundador del colegio de sociólogos, resultó que no poseía ningún título universitario de sociólogo; un recientemente renunciado secretario del Frente Amplio sostuvo durante años también que era sociólogo, para luego aclarar que eso no era verdad y seguir, como si nada, con su protagonismo político intacto; hubo una psicóloga en el ministerio del Interior que debía tomar las pruebas de aptitud para entrar a la policía, cuyo título no estaba del todo habilitado para cumplir con esa tarea; por un par de años hubo una asesora jurídica de la ministra Cosse que se hacía pasar por abogada sin serlo en verdad; y recientemente, y gracias a la competencia por el rectorado de la Universidad de la República, supimos que el economista Rodrigo Arim ha figurado en distintos foros como doctor y magíster, y también se ha autodefinido en reportajes como posgraduado, cuando no posee en realidad ninguno de esos títulos.

Antes de seguir, una anotación personal. Siempre he tenido dificultad para presentar en sociedad mi título, ya que es una sigla de difícil traducción en los parámetros universitarios actuales. Tener el D.E.A. (diplôme détudes approfondies) en estudios políticos significa haber aprobado el primer año de estudios doctorales. Es más que un magíster pero menos que un doctorado, y corresponde a un nivel universitario que en Francia fue remplazado en 2002 para adoptar las pautas comunes de toda Europa. Es así que conociendo el enorme esfuerzo que significa estudiar, y en particular un doctorado, siempre he sido meticuloso en aclarar que el D.E.A. no es sinónimo de doctor. Meticulosidad que, notoriamente, no sintoniza con el Uruguay actual.

En efecto, este tiempo de inflación de títulos nos revela dos dimensiones de nuestra identidad en la era frenteamplista. Por un lado, la desfachatez más increíble de los numerosos dirigentes que se han inventado títulos con las excusas más insólitas: desde que la dictadura no les dejó estudiar, hasta promover la confusión entre haber cursado un posgrado y haber obtenido el título de posgrado. Alguien que miente en algo tan sustantivo, y que logra así mejorar sus posibilidades laborales y de ingreso, definitivamente debiera de generar una enorme desconfianza personal y política en propios y extraños.

Por otro lado, ese caradurismo va de la mano de una enorme certeza de impunidad. No solamente es gente que cree que puede mentir en algo tan sustancial como su profesión o su validación de estudios. Sino que además cree que eso no tendrá consecuencias negativas: no serán sancionados ni social ni moralmente por sus pares y amigos, ni se perjudicarán sus ambiciones profesionales.

Lo peor es que la realidad les da la razón. La hegemonía izquierdista los ha protegido. Y siguen tan campantes.

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