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Imposible inclusión

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FRANCISCO FAIG
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Lograr políticas que cuenten con amplios respaldos y con consensos multipartidarios que incluyan al gobierno y a la oposición es un ideal siempre valorado en Uruguay. Pero sería muy útil que aquellos que con ello sueñan también se dieran un buen baño de realismo político.

El ejemplo siempre a mano es el espíritu del acto del Obelisco de 1983. Un Uruguay sin excluidos y todos juntos contra la dictadura: el río de libertad y la quintaescencia democrática nacional. Pero lo que se olvida, es que duró lo que un lirio: en 1984, el idilio se transformó en un pacto que dejó sobrevolando la impunidad a los militares, elecciones con proscriptos y a Wilson preso.

Otro ejemplo, bien importante institucionalmente: el acuerdo consensuado en el Parlamento para reformar la Constitución, terminó con la renuncia de Seregni en febrero de 1996 y con el Frente Amplio (FA) votando en contra en enero de 1997.

La dimensión que los líricos del consenso relativizan demasiado es la del conflicto, el enfrentamiento de posiciones, el desacuerdo. Hace varias décadas que, en lo local, Carlos Pareja reflexionó sobre las coaliciones incluyentes y las excluyentes; y más décadas hace también que, en lo teórico, de Lenin a Carl Schmitt el tema de lo agonístico en política es central. Pero más allá de teorías, hay que decir lo obvio: no es posible lograr un consenso o una política amplia de inclusión si uno de los involucrados ni busca, ni desea, ni ansía, ni le interesa semejante objetivo.

Hoy el FA es ese actor relevante que no quiere esa inclusión. Sobran los ejemplos, pero vale mencionar algunos para aquellos que, habiéndolos visto, siguen sin creer: no aceptó los resultados del balotaje inmediatamente; promovió caceroleos y paros en plena pandemia; nunca dio un tiempo de tregua para evaluar las políticas del Ejecutivo contra el COVID-19; no votó leyes elementales y necesarias para enfrentar esa pandemia; y finalmente, promovió un referéndum con argumentos mentirosos, que sigue esgrimiendo, con el objetivo de impedir el cumplimiento del programa de gobierno de la Coalición Republicana (CR) que es la mayoría clara en el país desde 2019.

El FA no es caprichoso en su definición política. Para expresarlo con una boutade: para que la izquierda acepte el ideal de la inclusión, sus referentes políticos debieran de estar más cerca de Luis Batlle -como era el caso de Seregni-, que del traidor a la Patria Vivian Trías -como es el caso de Civila-. En lo sustancial, el FA se decidió a inclinar su balanza ideológica del lado del marxismo-leninismo. Y lo salpica con variantes menores: algunos más ortodoxos, como los comunistas; y otros derechamente más progorilas, como los numerosísimos defensores de Maduro. El FA está convencido de su superioridad moral y de caminar del lado correcto de la Historia. Y no quiere participar de ningún consenso que implique aceptar que la CR es la mayoría legítima.

En este contexto la inclusión es imposible. En cambio, lo que debe explicarse analíticamente y promoverse políticamente, es el cordón sanitario: afianzar el rumbo que implica gobernar con mayorías amplias a paso firme y para todo el país, a la vez que garantizar que la minoría auto- excluida pueda ejercer libremente todos sus derechos democráticos.

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