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Horno y bollos

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francisco faig
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Mientras la atención está en el mundial, toma forma una gran tormenta: por un lado, la advertencia conjunta de Argentina, Brasil y Paraguay acerca de la iniciativa uruguaya de integrarse al acuerdo comercial Transpacífico.

Por otro lado, la arremetida de la izquierda que busca llevarse puesto al presidente Lacalle Pou por el asunto Astesiano.

El freno del Mercosur a nuestra mayor inserción internacional tiene más de 20 años. Como ocurre desde los tiempos de Artigas, suponer que en la convergencia de intereses de Argentina y Brasil se reflejarán los naturales y propios del Uruguay es un profundo error estratégico, a la vez que es el cerrojo más completo a las posibilidades de mayor riqueza y bienestar para nuestra Patria.

Esto, tan elemental, es algo que el viejo Partido Colorado siempre supo y que, evidentemente, formó parte sustancial de la concepción política de Luis Alberto de Herrera. Infelizmente, la nefasta ideologización de la Guerra Fría, sumada a la regionalización latinoamericanista (ya de acento metholista, ya de acento triísta), y a la agregación de gobiernos izquierdistas en la región a inicios del siglo XXI, generó que el Frente Amplio (FA) adhiriese por completo al dogma de la solidaridad de una patria grande común con nuestros vecinos.

La consecuencia es que la izquierda perdió todo reflejo de política exterior soberana. Cualquier iniciativa seria que contradiga a Buenos Aires o a Brasilia es mal vista por el FA: por eso, por ejemplo, no avanzó con decisión en un tratado de libre comercio con China, ni concretó uno con Estados Unidos, ni tampoco votó unánimemente en el Parlamento para ratificar el TLC con Chile.

Ahora que efectivamente nuestros vecinos, junto a la penosa expresión exterior paraguaya, pretenden marcar límites radicales a nuestra política exterior soberana a través de una interpretación supranacional del Mercosur que de ninguna manera es aceptable, nuestro mayor interés nacional exige una fuerte unidad política que ratifique el rumbo de una apertura al mundo que es sinónimo de un mejor futuro para nuestra Patria.

Pero esa unidad no ocurrirá. Este FA rendido conceptualmente a Abelardo Ramos y admirativo de la corrupción de los gobiernos de Lula y de los Kirchner, es guiado radicalmente por la razón populista de Ernesto Laclau y los consejos del español Pablo Iglesias. Su objetivo es cuanto peor, mejor. Para ello, tanto se alinea como quinta columna de Argentina y de Brasil, como monta un escándalo cotidiano a partir de los trascendidos que surjan de la causa judicial de Astesiano.

El tan inteligente como comunista Valenti ya verbalizó la idea: el presidente debe renunciar. Y eso mismo había sido ya dado a entender por Pereira o por el senador Sánchez, por ejemplo, cuando días antes señalaron que jerarquías más altas debían de hacerse responsables por las andanzas del fornido custodio. La manija izquierdista pretende así que los horrores de Astesiano se transformen en “la corrupción de la Torre Ejecutiva”.

El horno no está para bollos. El país precisa defender su interés nacional contra la estrangulación que le procuran sus vecinos; y defender su institucionalidad frente al ademán golpista de los Valenti del FA. Hoy, más que nunca, hay que apoyar al presidente.

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