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La Historia y el relato

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Por qué es tan importante cómo se narra la Historia del último medio siglo del país? No es un problema académico ni es una discusión que se obsesiona por el pasado. En realidad, es un problema político y repercute en nuestro presente.

Por qué es tan importante cómo se narra la Historia del último medio siglo del país? No es un problema académico ni es una discusión que se obsesiona por el pasado. En realidad, es un problema político y repercute en nuestro presente.

La narración social, política y económica de estas décadas es sustancial para formar el sentido común ciudadano. En la escuela o en el liceo, incluso en las universidades para las élites, ella es protagonista del universo simbólico que nos permite definir los significados de las diferentes esferas de nuestra realidad. Como ciudadanos no salimos de un repollo, sino que nos inscribimos en un colectivo que heredamos. Precisamos entonces ese universo simbólico que fija valores y creencias, y que nos da los marcos de referencia para forjarnos nuestras propias opiniones.

En política, la confianza que implica votar por alguien está fuertemente influenciada por el presente de los candidatos pero también, claro está, por su itinerario pasado. Para conocer esa trayectoria se podrá apelar a la propia memoria y a las referencias más cercanas familiares y sociales. Pero importará mucho también lo aprendido en los centros de enseñanza, y las interpretaciones que son pacíficamente aceptadas como mayoritarias o hegemónicas para explicar la evolución de nuestro colectivo nacional. Esas interpretaciones son vehiculizadas de mil maneras, pero todas ellas refieren a distintas formas de prácticas culturales y simbólicas en el espacio público.

Hace por lo menos dos décadas que la definición de ese universo simbólico tan protagónico en la formación del sentido común ciudadano está en manos de intelectuales y operadores afines al Frente Amplio. Desde esa visión particular se ha ido moldeando una forma de ver el mundo y de percibir el itinerario histórico de los partidos políticos del país. El consecuente relato de perspectiva mayoritaria, cuando no decididamente hegemónica, ha instalado una interpretación de la Historia nacional en la que la guerrilla de los años sesenta se alzó contra el autoritarismo estatal; el avance militarista de 1972- 1973 fue combatido por la izquierda; la resistencia a la dictadura fue protagonizada por el Frente Amplio; y la evolución democrática del país sufrió gobiernos que nunca representaron los intereses populares hasta 2005.

Ese es el universo simbólico que oficia de escenario general de esta campaña electoral. En este esquema, poco importa si ese universo concuerda con la dignidad de los hechos, con lo que efectivamente ocurrió en la Historia del país. Lo que importa es que construye una creencia colectiva aceptada por las grandes masas ciudadanas. La Historia reciente se transforma así en un relato legitimador de una opción política particular: el Frente Amplio. No solamente en una perspectiva de construcción de un pasado mitológico, sino también y sobre todo en una normalización discursiva en la que la opción partidaria trae consigo una definición identitaria bien actual.

Aquí reina un relato que es funcional a un interés partidario concreto. Es desde esa preeminencia que Vázquez puede tachar de “derecha” a todos los demás partidos y, en el mismo acto, reivindicar para sí la legitimidad de quien porta consigo las bondades de la identidad del ser de izquierda, que están ampliamente diseminadas por el universo simbólico hegemónico nacional. Así de sencillo. Así de trágico.

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Francisco Faig

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