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¿Hay hegemonía cultural?

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FRANCISCO FAIG
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Si el Frente Amplio (FA) perdió las elecciones, ¿cómo es posible sostener que existe una hegemonía cultural de izquierda que lo favorece?

La hegemonía cultural no refiere a una voluntad maligna única que, cual titiritero, estaría gobernando la cultura nacional en favor del FA. Ella no impide que haya actores en el periodismo, en la academia o en la cultura en general, que expresen sus puntos de vista discordantes y no alineados con ella. Tampoco se trata de entender a esta hegemonía como algo totalitario que silencie voces diferentes. Su inteligencia está, por el contrario, en extenderse sin necesidad de acallar autoritariamente a los que opinan de manera distinta.

La hegemonía cultural es en realidad una forma de entender el mundo, de interpretar el devenir del país, de definir valores, creencias e ideologías que, todos ellos, van conformando el sentido común ciudadano y que, efectivamente, son funcionales al pensamiento y a la acción de la izquierda. Describe la conformación, progresiva y de largo aliento, de un universo simbólico social que va tomando sin mayores dificultades un cariz pro- frenteamplista. Atando así, con naturalidad, esta matriz de percepciones e interpretaciones del mundo con la pertenencia cultural e identitaria hacia el FA, ella se va consolidando.

Un ejemplo de esa hegemonía en acción fue la pauta publicitaria de Martínez para el balotaje, con varias personas ligadas a la cultura que no solamente apoyaban al candidato del FA, sino que lo hacían desde su atalaya de superioridad moral en el que daban por obvio que la otra opción de voto no era simplemente una preferencia diferente, sino que implicaba una denigración moral (el consejo repetido del “pensá”). Ahí, justamente, es cuando se verifica la hegemonía: porque la publicidad en cuestión no tuvo que explicar ni fundamentar semejante sustrato valórico, sino que lo dio por obvio y aceptado. Y con éxito: en vez de hundirse, el apoyo a Martínez en el balotaje creció.

La hegemonía es sobre todo montevideana y metropolitana. En el Interior, tan ligado a lo productivo y tan forjado por viejas tradiciones sociales, el sentido común ciudadano no se asienta sobre bases identitarias izquierdistas. Se valora la igualdad sí, pero sin aspavientos ni excesivas reivindicaciones al Estado benefactor. Se convive en la fraternidad del mano a mano del pueblo, esa que hace tan difícil cualquier sentir leninista amigo- enemigo. Y se cree profundamente en la libertad personal para forjarse un camino propio de superación hecho de mucho trabajo.

Finalmente, esa hegemonía se siente plena sobre todo en las clases medias de niveles de instrucción algo superiores al promedio. Se verifica allí la preocupación por el conocimiento, así sea muy general, de lo que ocurre en el mundo y de lo que ha sido, es y será el Uruguay. Pero como, por ejemplo y razonablemente, no abundan allí los hermeneutas de la Historia, no se lee a Veyne, Elliott, Pocock, Braudel, Bloch, Feyerabend, Popper, Aron o Polanyi, sino que se conoce lo que está a mano para la interpretación del país, es decir, más que nada a autores legitimados por el mainstream izquierdista. Y es de esta manera que, a pesar de la derrota electoral, esa hegemonía cultural de izquierda se mantiene allí bien vigente.

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