Publicidad

El gol de Embolo

Compartir esta noticia
SEGUIR
FRANCISCO FAIG
Introduzca el texto aquí

En un partido disputado, Suiza triunfó sobre Camerún 1 a 0 con gol de Embolo. Sin embargo, en vez de festejar su anotación, el morocho delantero escondió su cabeza triste entre sus compañeros.

La explicación es que Embolo nació en Camerún en 1997. Evidentemente, a pesar de que Suiza acogió a su familia, le brindó todo para poder ser exitoso en su profesión, y confió en él para representarla en el mundial, el joven estima tan fuertes sus lazos de unión con su país natal que expresó en el campo de juego su pena por hacerle un gol. Y cree, además, que los suizos, felices por esa anotación, deben tolerar pacientemente su evidente desolación.

El fútbol mueve identidades nacionales que no siempre son tajantes. En 1934, por ejemplo, Raimundo Orsi, Luis Monti, Atilio Demaría y Enrique Guaita salieron campeones con La Azzurra pero habían nacido en Sudamérica (incluso Monti había perdido la final jugando por Argentina en Montevideo en 1930). Hoy, por ejemplo, no hay más que ver a varios jugadores de Inglaterra, Francia o Alemania, para constatar que esos países han recibido inmigrantes de países que o bien formaron parte de sus imperios, para los casos francés e inglés; o bien provienen de zonas de vieja y fuerte influencia económica, como el caso de Turquía para Berlín.

El problema no es pues la inmigración transcontinental hacia Europa. Por lo demás, ella se mantendrá, ya que la presión demográfica africana de los próximos 30 años será la más grande de los últimos tres siglos que acompañan a la Modernidad. El problema es cuando esa inmigración parece invasión con sello de conquista: los que llegan no tienen voluntad de asimilarse a la cultura y al talante político y social del país que los recibe. Además, por causa del discurso de multiculturalidad aceptado por Occidente, la ola inmigratoria viene transformando a Europa en un territorio en el que se reside sí, pero cuyas tradiciones y valores se rechazan.

El presidente Erdogan lo expresó con claridad con respecto a la numerosa diáspora turca de Alemania: asimilarse es traicionar la propia identidad. También, parte de la explicación del resentimiento contra Francia de tantos hijos de inmigrantes de primera generación llegados desde África, está en ese sentido de identidad refractario que reniega del país en el que se vive. Incluso, esa identidad adquiere un perfil victimista cuando se interpreta a la colonización pasada en África o en Asia como una calamidad de la cual Occidente debe arrepentirse y pedir disculpas.

Aquello tan sabio de que en Roma haz como los romanos, que implica asimilarse a un nuevo país aportando sí una cultura propia, pero con voluntad de aceptación de la identidad nacional a cuyas puertas se está golpeando en busca de un futuro mejor -algo que conocemos bien en nuestro Río de la Plata hecho de descendientes de barcos-se difumina pues tras una especie de invasión agresiva que, lógicamente, está siendo cada vez más rechazada por las mayorías populares que forman históricamente a los pueblos europeos.

Todo esto irá empeorando si el discurso multicultural que niega la legitimidad de la identidad nacional sigue ganando terreno en Occidente. El no-festejo de gol de Embolo ilustra así un problema tan grave como esparcido por toda Europa occidental.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad