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¿El gobierno es herrerista?

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FRANCISCO FAIG
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La clave está en el juego de calificación- descalificación que ser herrerista supone para los analistas y dirigentes políticos que así han definido al gobierno.

La hegemonía cultural de izquierda hace ya al menos medio siglo que fija el deber ser político-moral del país y que define claramente un polo positivo y otro negativo. Cuanto más izquierda y progre se sea, más positivo; y cuanto más conservador y derechista, más negativo. Luego, se ajusta el devenir histórico en función de ese deber ser. Así, por ejemplo, el llamado primer batllismo es más aceptable que el terrismo; el segundo batllismo mejor que la 14; el wilsonismo más progre que el herrerismo; y todos ellos, claro está, son mucho peores que todos los blancos y colorados que pasaron por la unción santificadora de integrarse al Frente Amplio (FA) a partir de 1971.

Es claro que esa clasificación resulta infantil para cualquiera que pretenda ver las cosas con un poco de complejidad analítica; y es claro también que exige, igualmente, ciertos conocimientos históricos y políticos: sacando a una parte del pequeño mundo especializado, la verdad es que nadie sabe hoy en día qué fue la 14, por ejemplo; y si fuera por los libros de texto de primaria y secundaria, tampoco nadie sabría qué es bien el Herrerismo, a pesar de que se trata de un sector político que hace al menos un siglo ya que es protagonista de primera línea de la historia nacional.

Así las cosas, en ese esquema de clasificación infantil y de conocimiento básico, la hegemonía de izquierda cree que decir que un gobierno es herrerista significa descalificarlo: ese ha sido el objetivo, por ejemplo, de los eructos intelectuales del exsenador Michelini, o el de los tartamudeos conceptuales de la caterva de politólogos que ofician de ecuánimes pero ceban mate en los comités de base.

La verdad es bien distinta y conocida por todos ellos: gobierna una coalición republicana, integrada por el Herrerismo, entre otros principales actores y sensibilidades históricas del país, como por ejemplo nada más y nada menos que el batllismo de Luis.

La verdad, además, es que el país está harto del manualcito político-moral del perfecto zurdito que dicta cátedra de qué es lo políticamente correcto, y que desde allí desmerece al Herrerismo. Y no solo hay que señalar claramente ese hartazgo, sino que también hay que animar a todos aquellos que han sufrido por años ese tipo de estigmatización zurda, a terminar radicalmente con ella.

La interpretación de que los blancos tienen dos polos, por ejemplo, uno wilsonista y otro herrerista, y que según el tal manualcito el primero sería respetable y el segundo no, es una gansada impar: ¿o acaso no fueron Gutiérrez Ruiz, Zumarán y Echegoyen, todos herreristas? ¿O acaso los que eso afirman desconocen la reivindicación que de Herrera hiciera Ferreira? Que el batllismo progresista no tiene residencia colorada ya que partió con Zelmar Michelini al FA, por ejemplo, es otra sandez fenomenal: ¿o acaso Sanguinetti es neoliberal y Jorge Batlle fue conservador?

El gobierno es de coalición y no solo herrerista. Eso sí: el presidente expresa una acción y una concepción políticas que se esmeran en cuidar a la Patria. No cualquiera, no todas, sino la propia. Y está muy bien que así sea.

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