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Fracaso en Montevideo

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francisco faig
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No hay consenso entre los distintos sectores blancos para llevar nuevamente adelante la Concertación en Montevideo. Y como están concentrados en las internas y convencidos de poder ganar luego las elecciones nacionales, lo más probable es que ella quede en nada.

Se trata de una decisión clave que ilustra un déficit estratégico tan serio como permanente. Es sencillo de entender: si donde vota el 40% del país y se asienta el predominio político y clientelista del partido de gobierno, los partidos desafiantes no libran una batalla electoral con táctica de alianzas de forma de dar una clara señal de posibilidades ciertas de alternancia, entonces se debilita toda voluntad de promover un cambio de gobierno.

Y no es que Montevideo sea una ciudad modelo. En realidad, cualquiera con un poco de mundo que compare nuestra capital con otras destacadas de la región, notará su feroz decadencia. Cualquiera percibirá así, sin esfuerzo alguno, que hay un enorme espacio electoral y político para que blancos y colorados propongan un gobierno mejor, hecho de austeridad, calidad de gestión, ambición urbana y mejoras sustantivas que saquen a Montevideo de esa desidia depresiva y mugrienta en la que vive.

En 2015 la Concertación permitió algo así en dos municipios, el CH y el E. Si bien cuesta diferenciar las responsabilidades de la alcaldía de las de la intendencia, lo cierto es que en esos dos municipios las gestiones parecen buenas; en todo caso, no son peores que las dirigidas por la izquierda. Sin embargo, si la Concertación se deja de lado, para 2020 estos dos municipios volverán a manos frenteamplistas, porque el peso de la izquierda en la capital es tal que, divididos electoralmente, los partidos tradicionales no ganarán nunca nada en Montevideo.

El que quiera hacer creer lo contrario simplemente devanea. Desde 1989 el Frente Amplio tiene en Montevideo su bastión electoral. Gana por paliza siempre: en octubre de 2014, por ejemplo, mientras que en el total del país recibió 47,8% de adhesiones, en la capital su apoyo trepó a 53,5%; en el balotaje de ese año, Vázquez sumó 524.966 votos en Montevideo, contra 331.454 de Lacalle Pou.

Los principales dirigentes blancos y colorados saben todo esto. Y también saben que allí se encuentran algunas de las profundas razones por las cuales el Frente Amplio, a pesar de sus desastres, conserva su chance de ganar en noviembre. Cuesta por tanto encontrar la racionalidad de un comportamiento que, sistemáticamente, impide asentar bases amplias para batallar por un triunfo nacional, a la vez que anula las posibilidades de ganar elecciones y espacios de poder en el gobierno de Montevideo.

Sin embargo, hay al menos dos explicaciones para este grave fracaso. La primera es la gran dificultad de la tarea, que precisa de enormes recursos y dedicación para resultados concretos que probablemente demorarían en llegar. La segunda es que potenciar a una figura blanca o colorada que gane protagonismo en Montevideo significaría favorecer a un dirigente que, quizá secretamente, pretenda competir luego en lo nacional enfrentando a quienes le abrieron el juego en la capital.

El resultado es que seguiremos empantanados y con un Montevideo eternamente frenteamplista y desgraciado.

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