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Los esfínteres de Tabárez

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FRANCISCO FAIG
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El fútbol se vive de forma muy particular en Uruguay. Por eso causaron revuelo las declaraciones de Tabárez sobre cerrar los esfínteres para salir adelante luego de la derrota en Buenos Aires.

El fútbol es un evento social y pasional. Lo más importante son los resultados sí, pero también los días que la sociedad toda queda conversando sobre el acontecimiento: intercambiando ideas y críticas; hablando vaguedades y diciendo verdades; o discutiendo diferencias y acuerdos, todos ellos siempre revisables. El fútbol permite plantear subjetividades radicales; exige cierta capacidad de argumentar; y educa en el sentido del debate y la aceptación de posiciones diferentes.

El fútbol debe poder ser un lugar-tema en el que las pasiones se manifiesten. El hincha puede salirse de sus cabales por un rato; gritar e insultar un poco; y canalizar así tanta bronca acumulada en otras partes: revea el enojo del tano Pasman, sobre aquel River desastroso, y con el paso del tiempo constatará que está muy bien enfurecerse un rato por causa de un juego, para luego seguir la vida normal.

Por todo eso, además, es que hay que dejar que fluya la conversación y la polémica (¿quién puede ser más grande futbolísticamente que Uruguay?); dejar espacio al misterio de la incerteza absoluta (¿salió o no la pelota de Cubilla contra la URSS en 1970?); y no pretender que la tecnología imponga una Verdad monolítica (por eso, también, es una tontería lo del VAR).

No se precisa leer a Norbert Elias para saber que el fútbol puede ser un gran educador de masas. Los grandes futbolistas son héroes modernos en los que se ven reflejados cientos de miles de personas. Y los técnicos, por sus mayores experiencias vitales, no solamente son estrategas en la cancha, sino que cumplen funciones pedagógicas, educativas y formativas que van más allá del campo de juego.

Así las cosas, la mejor tradición de Uruguay no acepta ni las bochornosas declaraciones de Tabárez ni, por cierto, la exégesis del presidente de la AUF sobre cerrar el culo, callarnos la boca y trabajar. Esas guarangadas podrán ser comunes para otros pueblos como, por ejemplo, el argentino. Pero nuestro fútbol es parte esencial de nuestra cultura, y a los uruguayos no nos gustan ni las salidas de tono, ni las ordinarieces, ni la soberbia despectiva en una función como la del técnico de la selección, a la que íntimamente todos reconocemos un valor simbólico y educativo relevante -al punto de premiarlo con uno de los salarios más importantes del país.

El uruguayo sabe de fútbol. No le gusta que lo bailen sus vecinos. Pero, además, no le gusta que con prepotencia y vulgaridad se pretenda eludir responsabilidades de resultados tan malos. Hace unos años, con las comunes ordinarieces de Mujica o incluso con algunos desplantes de Vázquez, muchos pensamos que, infelizmente, había ganado la mayoría un Uruguay soberbio y grosero. Por suerte, los resultados electorales de 2019 y el talante gubernativo que impuso el presidente Lacalle Pou, sobre todo en sus republicanas conferencias de prensa, nos devolvieron nuestra tan vieja como valiosa normalidad cultural hecha de escucha y respeto en la discrepancia.

En esa normalidad, nadie quiere a Tabárez declarando sobre esfínteres. Ni a Alonso justificando esa guarangada.

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