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Una enorme certeza

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FRANCISCO FAIG
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Enfrentamos una crisis de hondura y amplitud como no se ha visto antes. Más grave que 2002 y que 1982, y aún no sé si peor que la de 1929.

Es honda, porque de golpe varios sectores económicos a la vez sufren un freno abrupto, que repercute en pérdidas de empleo, menor recaudación, baja importante de ingresos familiares, postergación de decisiones de inversión y consumo y, en definitiva, una muy sustancial baja colectiva del bienestar económico y social. Sufrirán las clases populares más que las adineradas, aunque el gobierno esté interviniendo, todo lo que puede, para fortalecer una red de contención que amortigüe los golpes. Y lo peor de todo es que, hoy, no es posible avizorar con claridad el final del túnel.

Es amplia, porque fenómenos económicos similares están pasando en todas partes: desde China, que prevé una baja de su PBI por primera vez en 30 años, hasta Argentina, que ni siquiera puede asegurarse un reperfilamiento de su deuda externa por el brutal golpe financiero de estos días, pasando por la recesión prevista en Estados Unidos o los problemas que tendrán Italia o Francia. La crisis es global y fuerte. Algunos Estados o regiones con mayor riqueza podrán disponer de grandes sumas de dinero para impedir que sus economías se hundan. Pero el panorama general es de recesión internacional grave.

Las medidas radicales que el gobierno ha tomado y que procuran frenar la expansión de la pandemia, tienen costos económicos altísimos. Las voces opositoras de izquierda han respondido con demagogia desembozada -aumentar gastos y bajar ingresos, cuando se hereda un 5% de déficit fiscal-, o con tonterías ideologizadas, como plantear un ingreso mínimo para todos, algo que cualquiera se da cuenta que fundiría al Estado en diez minutos.

Empero, el desafío político y social llegará en algunas semanas más, cuando efectivamente se sienta por doquier el enorme golpe económico y se tome consciencia de que, en comparación con otras enfermedades, las muertes provocadas por el Covid-19 no son tan numerosas. ¿Se estará entonces dispuesto a mantener un consenso tácito político y social en torno a medidas sanitarias que trancan la vida económica del país? Si además se tiene en cuenta que ocurrirá en época de los primeros fríos otoñales que favorecen el esparcimiento del virus, la encrucijada moral será aún mayor.

Es razonable pensar que en este nuevo escenario mundial excepcional la perspectiva sobre la calificación del riesgo inversor del país será más paciente. Sin embargo, la grave situación recesiva que tendremos en un par de meses hará políticamente mucho más difícil reducir el gasto público. Por otro lado, la premura por aprobar las medidas de la ley de urgente consideración (LUC) coincidirá con la mayor tentación de gran parte de la oposición por acerar sus críticas al oficialismo: no hay más que ver su necia actitud en estos días, para imaginar fácilmente lo que serán capaces de decir y hacer cuando, en tiempos en que la LUC entre finalmente al Parlamento, la gente esté realmente más apretada en sus ingresos.

En esta situación tan difícil y trágica, ha quedado muy claro que el presidente es plenamente consciente de todo lo que está en juego. Eso, al menos, significa una enorme certeza para todo el país.

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