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El enigma Juan Sartori

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Francisco Faig
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Sartori llama la atención. Crece en intención de voto y en respaldos de dirigentes y agrupaciones blancas. Cuesta interpretar bien su exitoso avance. Sobre todo, resulta un gran enigma futuro.

Sartori rompió muchos códigos tradicionales de la vida política. Que de buenas a primeras alguien sin antecedentes de militancia y menor de 40 años aspire a ser candidato a presidente de verdad, sonó inaudito. Además, viene mostrando un profesionalismo en comunicación política que es excepcional para nuestra oriental mediocridad conservadora: eficiente campaña de expectativas; encuestas propias semanales que ajustan con inmediatez discursos y propuestas; amplia cobertura de medios que llegan a diferentes audiencias con precisos y distintos mensajes del candidato; y extendida y generosa presencia en el terreno, con estratégica disciplina de objetivos electorales notoriamente estudiados de antemano.

Sartori ha logrado superar por dos vías la natural desconfianza que inicialmente genera cualquier desconocido en política. Primero, gracias a su padrino Alem García, a quien todos los blancos conocen y que da certezas de que Sartori no es un marciano. Segundo, al poner efectivamente a disposición de las agrupaciones que lo apoyan medios logísticos y financieros reales y abundantes. Es que la campaña de Sartori entendió y asumió, sin complejos, el costo de una variable clave de todo nuestro sistema político que es permanentemente disimulada por analistas y dirigentes: el lugar esencial que ocupan en nuestros partidos las relaciones de patronazgo y clientelismo.

Gasta plata sí, pero no la tira: aceita los engranajes de agrupaciones que siempre penaron por funcionar bien y que ahora, con el apoyo de Sartori, se pueden lucir en sus zonas de influencia y asegurarse así mayores apoyos para la competencia interna. No se pierde en las tonterías de las que habla el mundillo politizado. Va al tuétano de lo que importa a la gente común: promete empleos y seguridad. Entretanto, transmite confianza a cierto mundo popular que, con su oriental ADN clientelista, adhiere feliz al caudillo mecenas. Hartos ya del régimen frenteamplista y de una oposición por demasiados años fofa y retraída, muchos dirigentes intermedios que forman el entramado social y político blanco aprecian además que Sartori sea un audaz: como cuando por ejemplo se animó a proclamarse en el palacio Peñarol. Y lo llenó.

Así las cosas, es muy entendible que el enigma Sartori empiece a inquietar a sus rivales. Saben que no es solo bardo de encuestas. Y saben además que aún faltan semanas decisivas en las que muchos dirigentes pueden decidir ajustar sus pretensiones: subirse a la generosa ola de Sartori les ahorraría mucho gasto propio, a la vez que beneficiaría a un candidato nuevo que precisa llenar listas parlamentarias para octubre y recibir vistosos y legitimantes apoyos internos.

Si el 30 de junio, día de la final de la copa América de fútbol que desestimulará cualquier gran participación ciudadana en la elección interna, Sartori pone generosamente a disposición de sus agrupaciones en todo el país la mayor flota de vehículos para movilizar votantes, ojo al gol: el enigma podría empezar julio transformado en un ineludible y principalísimo dirigente blanco.

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